Pola Oloixarac: «Me gustaría ser una cantante de ópera wagneriana»

Fotografía de Sebastián Freire
Invitamos a la escritora argentina Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) a responder nuestras #Matapreguntas. Ella es editora fundadora de la revista bilingüe de literatura The Buenos Aires Review y ha publicado las novelas Las teorías salvajes (Entropía, 2008; Estruendomudo, 2010; Alpha Decay, 2010) y la reciente Las constelaciones oscuras (Penguin Random House, 2015). En 2014 se estrenó la ópera «Hércules en el Mato Grosso», escrita por ella.


¿Cuál fue el último libro que leíste?

El sentido del tacto, de Pablo Maurette (Mardulce), Del caminar sobre hielo, de Werner Herzog (Entropía), y estoy atravesando fascinada Yo no estoy solo en mi cuerpo, de la antropóloga Florencia Tola, cuyo subtítulo es como una película de terror en el desierto del Impenetrable: Cuerpos-personas múltiples entre los tobas del Chaco argentino.

¿Qué libros has robado? 

Cuando era teenager robé libros de Nietzsche en avenida Corrientes. En Zivals. Lo hice porque me parecía que lo ética y estéticamente justo era robarlos, que desacralizaba los títulos si no los robaba. El nacimiento de la tragedia y El Anticristo, hurtados con uniforme de colegiala católica. ¡Perdón, Zivals! Están muy subrayados y mordisqueados por pequeñas bestias como para devolvértelos.

¿A qué escritor resucitarías y para qué?

Preferiría resucitarme a mí en el futuro y charlar con científicos simpáticos y lindos, que me expliquen las últimas maravillas del mundo y después me dejen en una biblioteca bien provista de los últimos cincuenta años (supongamos que ése fue el tiempo que estuve sin vida). Si tengo que elegir a alguien del pasado, sería Vladimir Nabokov, para ir de picnic a un prado lleno de mariposas.

¿Qué cantas en la ducha?

Óperas bel canto de fantasía.

¿Qué harías con un Gregorio Samsa en tu familia? 

Me temo que mis gatas Gmail y Carlota Eugenia se encargarían rápidamente de él. En Las teorías salvajes, la pequeña Montaigne Michelle hace de las suyas con una Blatella germanica, la cucaracha aria. No puedo dejar de notar que Gregorio es un muy buen nombre para un gato, al punto que siento que he conocido un gato Gregorio y que lo he querido toda mi vida.

¿Cuál ha sido tu peor trabajo? 

Fui recepcionista de un solárium de camas solares en Buenos Aires a los 16, me echaron por fumar porro en el baño.

¿Cuál es tu secreto peor guardado?

Que mentalmente soy rubia. Y que soy un hombre porque escribo como un hombre, según me han dicho algunos. 

¿Qué te gustaría hacer que no tenga que ver con la literatura? 

Me gustaría ser una cantante de opera wagneriana, medir dos metros de altura y tener una garganta catedralicia, oscura como la de Jessy Norman pero brillante y ultramundana como la de Gundula Janowitz. Si tuviera una voz así, apenas condescendería a hablar con mortales, naturalmente. Viajaría a Bayreuth a dar mis conciertos con un asistente negro elegantísimo, relegaría en él todo mi contacto con el mundo humano.

¿A qué autores jóvenes recomiendas?

A la maravillosa poeta portorriqueña Mara Pastor, a los estupendos novelistas Dany Salvatierra (Perú) y Fernando Montes Vera (Argentina).

¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?

Quizás los Cuentos de hadas de los Mares del sur o Sandokan, de Emilio Salgari, ambos de la colección Robin Hood. Sé que Los dos tigres lo leí después porque recuerdo cuando lo fui a buscar embelesada a la feria del libro de Buenos Aires cuando quedaba detrás de la Facultad de Derecho, en los ochentas. Adoraba la feria, me llevaba mis listas de libros e internaba a la pobre gente del stand de Informaciones pidiéndoles las locaciones de mis libros deseados (siento una pantalla de DOS titilando un directorio) y luego iba recorriendo los stands buscando cada libro. Era muy metódica. También pudo haber sido Sissi la Emperatriz, de Suzanne Pairault, de una serie de libritos rojos.

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