Pablo Montoya: «La literatura es una condena y un consuelo»

Fotografía de Adriana Agudelo-Toro

Seguimos con los invitados a la feria del libro de Guayaquil. Esta vez, Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) aceptó responder nuestras #Matapreguntas. Entre libros de cuentos, ensayos y poesía, este autor colombiano publicó también la novela Tríptico de la infamia, con la cual ganó el premio Rómulo Gallegos de 2015.


¿Cuál fue el último libro que leíste?

Hace un tiempo que no leo libros, sino que los releo. El ejercicio de la relectura, a mi edad, es la mejor opción para no sucumbir al desencanto y al tedio. El ultimo libro que releí entonces es María, de Jorge Isaacs. Fue mi tercera lectura de esa novela y quedé gratamente impresionado.  

¿Qué libros has robado?

Solo una vez robé un libro. Fue en Tunja, en 1986, una biografía sobre Nietzsche, editada por Salvat. Me pillaron y el administrador del almacén me humilló de tal manera que hasta ahí llegó mi carrera de ladrón de libros. Además, ese administrador insensato me insultó delante de mi suegra de entonces. La verdad es que mientras ella escogía unas vituallas, yo me escondí el libro. Y si no fuera por los ruegos de ella me habrían cortado las manos. 

¿A qué escritor resucitarías y para qué? 

Si no me gusta hablar mucho con los escritores vivos, ¿para qué resucitar a los muertos? Además, pienso que el mejor modo de revivir a un escritor es leerlo. 

¿Qué cantas en la ducha?

Jamás canto en la ducha. Me baño con agua fría y en vez de cantar, brinco para soportar mejor el embate del frío. 

¿Qué harías con un Gregorio Samsa en tu familia?

¿Para qué otro Gregorio Samsa en casa? Conmigo basta y nos sobra. Con otro más, mi familia se desbarataría irremediablemente. Y digo esto porque siempre he pensado que Samsa es como el artista, el creador, la conciencia, la piedra en el zapato de la casa.  

¿Cuál ha sido tu peor trabajo? 

Tocar flauta en el metro de París. Lo hice durante casi un año, entre 1993 y 1994. Era un trabajo ilegal, por supuesto. Aprendí mucho en ese oficio marginal, en el que me codeaba con los mendigos y los vendedores de periódico, pero no quisiera volver a hacerlo. 

¿Cuál es tu secreto peor guardado?

No tengo ese tipo de secretos. Y si los tuviera, jamás se los diría a ustedes.  

¿Qué te gustaría hacer que no tenga que ver con la literatura?

La literatura para mí es una condena y un consuelo. Es grata y terrible. Además, ocupa casi todo el tiempo y el espacio de mi vida. He pensado que cualquier cosa que haga tendrá inevitablemente su relación con la literatura. Pero sé que terminaré, como lo aconseja el Cándido de Voltaire, ocupándome de la jardinería.  

¿A qué autores jóvenes recomiendas?

A Rimbaud. Escribió toda su poesía entre los 13 y los 17 años. 

¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?

El primer libro que me movió el piso, es decir, que me hizo pensar que yo quería ser escritor, fue Demian, de Hermann Hesse. Lo leí cuando tenía catorce años. Imagínense, cuando empecé a leerlo, yo tenía en la cabeza la idea de ser médico. Al terminarlo, todo ese proyecto, en el que estaba involucrada toda mi familia, se había vuelto pedazos.  

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