Nadie se salva de un relato salvaje

Hay un cuento de Franz Kafka, «Ante la ley», que ejemplifica la impotencia del ciudadano común frente a los diferentes rostros del sistema, ya sea en la figura de la burocracia como en ese gigante mayor llamado Estado. La literatura, a menudo, nos aproxima a los obstáculos cotidianos que producen en el lector la identificación con el temor de que podemos sufrir la tragedia del otro.
En Relatos Salvajes, la cinta argentino-española que recién llega a los cines nacionales, se producen efectos similares. Su director, Damián Szifrón, nos enfrenta a los espectadores, a través de seis historias, con un sinnúmero de experiencias caóticas que nos tocan la puerta a cada uno de nosotros.
El elenco seleccionado para protagonizar este éxito taquillero del cine argentino (2 566 000 espectadores; en octubre, ya superaba a El secreto de sus ojos) responde a la fórmula de lo bueno conocido” para asegurar el primer acercamiento: la venta. Así, Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, dos de los “capos” del cine hispanoamericano actual, tienen apariciones clave, y encarnan roles que representan las vilezas en las cuales se puede caer en algún momento de la trama cotidiana que envuelve al ciudadano común. El filme se estrenó en el mes de mayo durante el Festival de Cannes y fue elegido para representar a Argentina en la competición por los Oscar del 2015.
La historia de Darín se asemeja a la del protagonista del cuento de Kafka, aquel campesino que pide ser escuchado y que un guardia que custodia “la ley” ferozmente se lo impide y lo obstaculiza por años. El entorno de “Bombita”, como es apodado el personaje de Darín, es una gran ciudad con los típicos problemas de cualquier urbe, donde la existencia común es una lucha diaria. Él, un ingeniero experto en demoliciones al que el sistema pone a prueba su tolerancia cuando  una línea invisible, el trazo que debió figurar en una calle para impedir una infracción de tránsito, lo obliga a aceptarse como infractor que ha fallado en el orden de la ciudad. Una línea invisible como la representación de ese organismo sin rostro que hace estallar la paciencia de cualquiera.

Relatos salvajes bucea en todas las posibilidades para demostrar que estas historias surgen en todas las clases sociales. En el episodio de Sbaraglia, se destruye la convivencia dentro de un país multiétnico. El grito “negro resentido” que se escucha en la carretera desencadenará una serie de hechos irracionales —es como decir en el Ecuador  “indio apestoso”, expresión de la segregación racial que siempre ha distanciado a los grupos humanos y que se mezclan con la diferenciación de estratos económicos. Lo que en la película ocurre en una carretera solitaria bien puede  ser trasladado a escenarios poblados como los estadios de fútbol, donde cada hincha puede ser más agresivo que otro.

La sorpresa
Todo es acierto en esta película. La creación de la música por el ya oscarizado Gustavo Santaolalla y la producción de  los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar —que costó más de 3 millones de dólares—,  aseguran que muchas de sus elecciones hayan dado en el blanco; su estructura de historias independientes conduce al espectador a interrogarse sobre cuál es la mejor de todas,  porque en algún momento cada una de ellas ha sido nuestra.

Szifrón, de 39 años, ensambla tramas autónomas con diálogos que mantendrán la tensión del espectador. ¿Quién podrá olvidar la frase de la actriz Rita Cortese: “los hijos de putas gobiernan el mundo” en la escena construida como un thriller al estilo Tarantino?


Podría creerse que la película recoge esta idea del director: “La inseguridad es el resultado de la desigualdad; si yo no tuviera las necesidades básicas cubiertas, sería delincuente”. Y nadie se escapa de esta revisión que acumula toda clase de sentimientos: venganza, desilusión, desamor, impotencia y toda clase de palabras que aluden a la difícil convivencia con los otros. Porque al fin y al cabo la puesta en escena de estas historias es una prueba de que  convivir nos enfrenta a todos.


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