Nadie es más sentimental que Rodrigo


Tardei, tardei, tardei, mas cheguei enfim.

Cavalo es el más reciente proyecto solista del músico brasileño Rodrigo Amarante. El exintegrante de Los Hermanos ya había explorado un estilo más propio con la creación de Little Joy —junto a Fabrizio Moretti, baterista de The Strokes, y la cantante Binki Shapiro—, pero es con Cavalo que ha podido crear algo completamente suyo, como es evidente a lo largo del álbum.

Para quien conocía a Rodrigo en la época de Los Hermanos, podía darse cuenta de qué canciones eran compuestas por él y cuáles por Marcelo Camelo. Las de Camelo apuntaban a una aceleración contagiosa, un ritmo catchy, tenían una estructura más simple con un dramatismo contenido y generaban en quien las oía una rápida identificación. Canciones algo generales que agradaban a la gran mayoría con facilidad, pero que se presentaban en bruto, sin ser pulidas.

En Rodrigo es notoria una mayor sensibilidad tanto en la letra como en la melodía. Hay un mayor cuidado, un mayor preciosismo. También es posible ver, aún en su estado más embrionario, una especie de confesión a través de la música, extremadamente sutil. Amarante no se limita a hacer las canciones que la gente quiere oír, sino que deposita en lo que canta una parte de sí mismo y lo presenta de la forma más pura posible. Es exactamente esto lo que demuestra en Cavalo.

Sin limitarse a su idioma materno, Rodrigo también incluyó en este álbum cuatro composiciones en inglés y una en francés, exhibiendo su versatilidad lingüística. De entre las once canciones que trae el disco, las siguientes son las que vale la pena destacar.

Nada em Vão es la pieza que abre este (re)encuentro y se muestra como el autor: simple, sin grandes pretensiones. Una canción no muy compleja, pero con la firma de su creador muy presente. Nos advierte que lo mejor está por venir y que esto es solo una especie de aperitivo ligero para estimular el apetito.


Irene es, probablemente, la canción que mejor nos muestra a Rodrigo. Las notas iniciales hacen prever una canción melancólica y es precisamente eso lo que nos es dado. Aquí, queda claro que la tristeza que lo acompañó durante gran parte de sus composiciones anteriores no desapareció, solo está más enraizada en él, siendo algo más natural que nunca.

Casi como si escondiera esta revelación fortuita de sí mismo, Amarante sigue con una melodía con un obvio ritmo bahiano que confirma, en caso de que hubiese alguna duda, que el tema de lo brasileño es una de las marcas más claras del cantante. Maná viene a contrapesar Irene como un modo de manifestar que tiene más para ofrecer que la tristeza.

El inicio de piano de Fall Asleep puede hacernos caer en el error de que sigue una nueva composición melódica; sin embargo, no es justamente eso. A semejanza del título, funciona casi como una verdadera canción de cuna por los mejores motivos: conduce a quien la escucha por un estado de paz que está permanentemente rozando la tristeza, pero que nunca podrá ser descrito como realmente triste. Al mismo tiempo, la voz de Rodrigo, calmada como siempre, dispone el tono para oír lo que tiene para decir por completo y sin interrupciones.



La capacidad del músico brasileño para moverse libremente en la frontera de la desdicha es algo que le es inherente, y es eso lo que The Ribbon viene a comprobar. Esto parece lo más cercano que Amarante tiene a una canción de amor —o una casi-canción de amor—, sobre todo si quien la escucha se deja guiar por la historia que Rodrigo va hilando entre las frases entrecortadas.

Cavalo, la canción que da nombre al álbum, es una balada imponente con notas negras que la seguirán hasta el final. También nos hace compañía la voz de un joven que recita versos en japonés durante los intervalos en que Rodrigo no canta, y que aumenta aún más la fuerza de una canción ya enérgica. Es, además, notablemente oscura, con un peso que las otras no presentan. Tal vez por su firmeza no tenía sentido darle otro nombre al disco.

Tardei es el tema de despedida, quiebra la línea melancólica de las canciones anteriores, pero no por completo. Amarante termina aquí su exposición, despidiéndose en los últimos versos (Desceu pelo rio, Da terra p’ro mar, Um fio de terra que me leva) de manera abrupta, tanto que nos hace sentir que quedó mucho más por decir.

Es en Cavalo que podemos, finalmente, apreciar al Rodrigo que estaba aguantando, tímido, entre sus Hermanos. Este álbum es la maduración de un artista que nunca fue del todo inmaduro. Rodrigo Amarante se abre y el resultado es, por lo menos, soberbio. Escucharlo es dejar que se acerque —a pasos firmes, pero todavía con algún recelo que no se ha ido— y conocer lo que él tiene para decir. Para quienes ya lo conocían, este es un reencuentro con el joven que ahora es un hombre y que consigue expresarse más clara y sentimentalmente. Porque, al final, ¿hay alguien más sentimental que él?

Traducido del portugués por Miguel Muñoz.

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