Montserrat Martorell pudo ser dealer de casino



La escritora chilena Montserrat Martorell estuvo de gira por Ecuador presentando su novela La última ceniza (Oxímoron, 2016) y de paso respondió a nuestras Matapreguntas, no sin antes contarnos una historia: «Estuve casi tres meses viajando por Asia con una mochila de ocho kilos. Recorrí once países. En la mitad del trayecto llegué a Vientián, capital de Laos. No sé cómo (o quizás sí) terminé comiendo en casa de una familia que preparó un banquete en mi honor. Terminada la velada, el hombre, el único hombre que había en la casa, me pidió que fuera a una habitación. Cerró la puerta. Allí empezó con los trucos de magia. Era realmente bueno. Soy un artista, me decía. Como tú. La diferencia es que tú eres blanca y yo soy negro. Era dealer de casinos de juegos. Quería que yo fuera su cómplice para azotar el mercado europeo. Por supuesto que no, por supuesto que no, le dije. Yo solo soy escritora».

Martorell presentó su novela en la Universidad de las Artes el pasado 9 de septiembre y dialogó con Alfredo Palacio, Director de la Escuela de Literatura. En Quito, presentó su obra en la Casa de la Cultura Benjamín Carrión, en el área de la mujer, y este miércoles 19 de octubre a las 19h00 la presentará en la Librería Rayuela.


¿A qué escritor resucitarías? ¿Y para qué?

No lo pienso dos veces. Julio Cortázar es el nombre, Julio Cortázar es el hombre. Mi fascinación por él y por su escritura empezó cuando tenía doce años. Desde ahí siempre he tenido la fantasía de coincidir en alguna vida. Hace muy poco tiempo, algo así como unos meses, fui a verlo al cementerio de Montparnasse y le confesé algunos secretos que él devolvió con nuevas respuestas.

¿Ser o no ser?

Siempre ser. Por eso escribo. La escritura es eso: existencia, vida, presente, pasado y futuro, siempre junto y revuelto, siempre inabarcable.

¿Cómo te gustaría ser leída?

Desde el corazón. Para mí la literatura tiene que nacer de la cabeza, pero sobre todo del corazón y en ese tránsito que se da de lo racional a lo emocional empiezan a nacer ideas, nociones y sensibilidades que son siempre muy personales e íntimas. Yo entiendo al lector como a un descubridor, como un hombre, como una mujer imaginaria que siempre saben más que uno sobre estas cosas.

¿Qué cantas en la ducha?

Joaquín Sabina, siempre… porque ya sabes que «lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks».

¿Qué título le pondrías a tu autobiografía?

Viva la vida. Siempre me gustó ese cuadro de Frida Kahlo. Y a mí siempre me gustó vivir.

Los perros ladran, Sancho…

Siempre. Y mucho y a veces muy mal también. Yo creo que a la vida hay que meterle ruido, que hay que hacer las cosas con pasión, que hay que crear y crear y leer y leer y viajar y viajar y amar y amar y saltar y romperse y renacer y al final de todo, si los perros ladran, es porque estamos cabalgando…

¿Qué harías si encontraras el Aleph de Borges?

Miraría para todas partes. Sobre todo para atrás. Soy una nostálgica del pasado, de lo que hubo, de todo aquello que no podemos recuperar, de las cosas que hemos amado, de los amigos que hemos querido, de los viajes y de las noches que no tienen final y de la historia que solo nosotros conocemos.

¿Qué cuentan las ovejas para poder dormir?

Probablemente a nosotros saltando detrás de nuestros propios reveces…

Tu cita favorita:

«El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio».
—Las ciudades invisibles, Italo Calvino.

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