Mónica Ojeda: «La infancia es el lugar del horror»

POR AMANDA PAZMIÑO
La escritora y profesora de literatura Mónica Ojeda, autora de La desfiguración Silva (Premio Alba de Narrativa 2014) y de El ciclo de las piedras (Premio Nacional de Poesía Desembarco 2015), trae una propuesta atípica en la narrativa ecuatoriana. Su segunda novela —Nefando, publicada en España por Candaya— es un artefacto que tiene la fuerza de un río desgarrador que conduce al lector a lo más primitivo y desolador que puede ejecutar un humano: la violencia. Abre las puertas para habitar con agallas el origen del dolor a través de un videojuego perverso creado para la deep web. Nefando marca su objetivo desde el inicio: previene al lector que va a vislumbrar lo perturbador, lo que no se quiere ver porque resulta extremadamente doloroso, lo aterra, le permite palpar la violencia, la muerte que se dibuja lenta y silenciosamente. Su efecto inmediato es que el lector se cubra de impotencia, se le estruje la sensibilidad y quiera leer saltándose ciertas partes. 
La infancia se define como una prueba de resistencia. Vemos a través de los protagonistas cómo fueron víctimas de sus padres —las primeras relaciones humanas— pero sobreviven en el presente. Coloca sobre la mesa las posibilidades de la perversión como un acto de albedrío individual que nace de la violencia y la multiplica. Se plantea mostrar que la crueldad extrema existe y forma parte de lo más insondable de la humanidad.

Ojeda desenvuelve descripciones dinámicas que tienen un valor fuertemente denotativo y metafórico. Entonces leemos: «ojos laguna»; «manos Kingman»; «hubo tinieblas, no cisnes»; «vulva Gasparín»; «mordidas de las hienas heridas de moral». Y se nombran los discursos sobre al arte que buscan deconstruir los límites de la corporalidad como un lugar más de enunciación que atiende a aspectos de indagación de lo humano.
Los personajes son seis jóvenes que reflexionan sobre lo humano anexado a los límites y posibilidades del lenguaje y del cuerpo desde la complejidad del mundo contemporáneo. Recalco la precisión de Ojeda para crear voces de ambos sexos, para escribir el sentir y la dinámica de pensamiento que tienen sobre el mundo personajes que pertenecen a sexualidades disidentes, como el caso de Iván, quien sueña con tener un cuerpo de mujer. Esta posición remite a una postura política en la que no se olvida ninguna voz, que agudamente busca empatizar con sus personajes, sin descartar la metafísica de su existencia, la problematización del ser, y estando en contacto con el mundo y la vejación de las relaciones primeras que suceden en la infancia.
A continuación, Mónica Ojeda nos cuenta su experiencia con Nefando, los intereses de su escritura, los riesgos asumidos y sus lecturas previas.
¿Qué cercanía y qué distancia tiene el erotismo con la muerte (ambos abarcan dos pulsiones humanas) desde la escritura del cuerpo?
Justamente Bataille escribe sobre esta relación entre sexo y muerte en El erotismo. El nexo que los une es lo inexorable del cuerpo tanto en el sexo como en la muerte; y allí donde el cuerpo no puede ser eludido ni sublimado, este se nos revela en toda su desnudez. El velo de gracia de las palabras se dinamita frente al desenfreno de la sexualidad y la violencia última de la muerte. Se trata de la sensación de vértigo por la que pagas un boleto a una montaña rusa: buscamos, queremos y deseamos experiencias corporales extremas que nos recuerden que estamos vivos. La consciencia de lo que acarrea esa experiencia es la escritura del cuerpo.
Inscribir una novela dentro de la novela es un recurso que permite acercarse a la visión del escritor, su meta en el texto, sus conflictos resueltos y comprender la soledad fructífera que conlleva escribir. ¿Por qué motivos específicos aplicó este recurso en Nefando? ¿Lo usaría en una próxima novela?
En este caso está allí como un portal a la mente de un personaje. Este personaje es una joven escritora y me pareció que incluir la nouvelle pornográfica que ella escribe dentro de Nefando era una forma de profundizar en su mirada sobre el mundo y en sus inquietudes. Por lo tanto, su inclusión surgió como una necesidad narrativa que me planteaba el mismo artefacto que estaba creando. Pienso que cada texto tiene sus requerimientos propios y lo importante es saber responder a ellos y no imponerle a lo que escribes formatos que no le aporten mayor cosa. Por eso no me negaría a volver a usarlo, pero tampoco lo planeo.
¿Es la escritura de Nefando una necesidad de respuesta a las lecturas e investigaciones que ha realizado en la deep web? ¿Cómo fue este proceso de investigación?
No es un ejercicio de respuesta. La literatura es un pésimo lugar para recoger certezas; para eso viene mucho mejor la investigación académica (y yo diría que ni siquiera). Nefando fue un intento de ensayar miradas múltiples sobre lo que me inquietaba hace dos años: la violencia como experiencia física y mental, los límites del lenguaje, el cuerpo enmudecido o paralizado, lo abyecto, etcétera.  
Es interesante el planteamiento de un personaje que ve la programación como «arma por antonomasia de la desobediencia civil» y la determinación de otro en que «lo revulsivo merece ser articulado». ¿Considera que existe competencia de discursos en cuanto acción política entre el lenguaje virtual y la escritura? 
Creo que existe una pregunta sobre los límites de la escritura, o lo que se puede esperar de ella, en la novela. El lenguaje C de los programadores, que también es una escritura, se contrapone a la escritura literaria como un lenguaje que hace aparecer y desaparecer cosas: que viola la privacidad, que construye portales y abre puertas de forma inmediata. La escritura literaria de Kiki también hace eso, pero de otra manera; por lo tanto, aunque son escrituras contrapuestas y muy disímiles, creo que hay un nexo entre ambas: la capacidad que tienen de crear espacios en donde nuestra empatía puede extenderse.
¿Por qué ve la poesía como un medio para expresar lo epifánico, lo revelador y lo que busca trascender a través del tiempo? Un retruécano del segundo capítulo lo propone: «Ombligo de la sed del mundo era su piel: ombligo de la piel del mundo era su sed».
Porque la poesía desnuda las palabras y las devela como lo que realmente son: maremotos en la mente. El uso común y cotidiano de las palabras es enajenador; actúa vaciando las palabras de cualquier efecto y dejándolas inermes, incapaces de suscitar nada dentro de nosotros. La poesía vuelve a cargar las palabras de un sentido fresco, nuevo, que nos abre y nos deja frágiles ante semejante descubrimiento. Por eso para Kiki la poesía es un portal por donde re-describir y renombrar el mundo.
¿Cuáles son las verdades a las que llegó respecto a la infancia de los seis protagonistas mientras escribía Nefando?
No conozco más verdad que la mía, y para mí la infancia es el lugar del horror. Jamás la entendí como el paraíso perdido al que todos quieren regresar, sino como una edad en la que se está expuesto a múltiples violencias porque, seamos honestos, nunca serás más frágil y más precario que cuando eres un niño. Así, también, a esa edad eres un agente de violencia y de crueldad extrema, pues aún estás aprendiendo a desarrollar tu empatía hacia los demás. La infancia es el territorio de lo innombrable, ese tiempo en el que careces de lenguaje para narrar tus propias experiencias traumáticas. Por eso a veces somos incapaces de entender lo que nos ha sucedido cuando éramos pequeños: porque no podemos articularle un sentido.
¿Son los escritores que menciona, cita y homenajea todos los que apoyaron a la construcción de Nefando o de su poética en general?
De alguna forma, sí, pero no son los únicos. Por supuesto, toda la tradición de literatura pornográfica aportó a Nefando.
¿Cuáles fueron sus influencias de la tradición novelística ecuatoriana?
No sé si llamarla influencia, pero sí siento que sigo una línea escritural en Nefando, por ejemplo, que me puede emparentar con escritores como Efraín Jara Idrovo en su Sollozo por Pedro Jara: una búsqueda de articulación de lo inarticulable, un ejercicio de «palabrar» el grito. Me siento más cercana a la poesía ecuatoriana que a su narrativa, confieso.
Hay valor y convicciones muy fuertes en su escritura, ¿tomaría el riesgo de nuevo de navegar en la deep web?
Sí, ya lo hice una vez y volvería a hacerlo. La deep web no me asusta, sino las personas. Las personas de los foros me aterran, pero aun así quiero entenderlas para entenderme. Mi miedo, llegué a pensar, quizás sea encontrar algo de ellos en mí. Pero quizás hay algo de ellos en todos nosotros.

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