«Me niego a ser libre» (Poemas de Cécile Coulon)

Fotografía de Volkan Olmez


ME NIEGO A SER LIBRE


Hay que aprender a olvidar como quien aprende a vivir

Borrar las ciudades donde vivimos desde hace tiempo
Destruir las librerías, las salas de cine
Vaciar los dormitorios, quemar todos nuestros libros

Evidentemente, debo acabar con esta rabia absoluta

Mientras dejas atrás de ti estrellas infladas
De tanta memoria viva
Hay que aprender a olvidar como quien aprende a perdonar
Perdonar, tenderse y, finalmente, curarse.

Me niego a ser libre

Porque tengo la ansiedad de escribir
Estas conversaciones con alguien que no existe
Más que en mí misma
Me niego a ser libre
Porque esta conversación estúpida
Ahora la tendré contigo

Nunca dejaste de leer poemas

Aprecias la luz que incitan
Hay que aprender a olvidar como quien deja de golpear
Los barrotes de su jaula
Hay que aprender a olvidar como quien recita fórmulas improbables

Pero al final del viaje

El pasado nos espera
Fumando cigarrillos
Que pisa bajo sus pies descalzos

Me niego a ser libre

A desvestirme por promesas imprevistas
Hay que aprender a olvidar como quien amansa una bestia
Que no sabe caminar
Más que sobre dos patas

Me niego a ser libre

Somos trucos de acróbatas
Agobiados de flexibilidad y glorias indiscretas
Aprendo a olvidar como aprendo a curar
Explosiones mudas
Que hacen temblar mis dedos fracturados alrededor de un vaso
Medio vacío.

Aprendo a olvidar como quien aprende a vivir

Desde la primera vez, sin embargo
Me negué a ser libre.

PARTIR


Porque haría falta que aceptemos ver a los dioses caer del cielo y volverse humanos

No gracias
De verdad
No me basta con regar las plantas y leer el diario
No me basta con perder dinero fumando cigarrillos
Al pie de los hipódromos
Donde las personas están sentadas
Llevan lentes
La luz les hace mal

Porque haría falta quedarse cuarenta años frente a la piscina vacía

Mirar el césped ponerse amarillo y el perro del vecino orinar contra la cerca
Aquí no
No importa dónde
Pero no en los restos de la infancia
Hay una voz en mi cabeza que dice: no eres tú quien decide
He leído largas novelas que hablan de guerra
Y de amores radicales

Porque después de haberse endurecido haría falta dar marcha atrás

Seguramente no
Cuando escucho a los ancianos decir: yo también
A tu edad
Yo también
He muerto de hambre en las ruinas del paraíso
Sé que vengo de un lugar que no me corresponde
Pero al cual yo pertenezco por completo
Que he crecido
Al aprender que hace falta partir
Partir
Cuando comienza a ponerse caliente
Cuando comienza a ponerse bien
Que hay manos que te sostienen
Que tienes manos

Porque haría falta amontonarse en cafeterías junto a las vías férreas

Comer una vez al día
Dormir en camas minúsculas esperando no despertarse
Luego sentir el sol acariciar el vientre desnudo
Después de todo es tan bueno
Comenzar de nuevo una vez más
Tener las manos que uno ha tenido
Mucho antes de dejarse atravesar
Por la desgracia
Y todas las porquerías que ha dejado arrastrar

Hoy me miras con asombro

No te he decepcionado todavía
Hay que decir que no me has dado la ocasión
Es tan agradable creer que podemos reconstruirlo todo
Que podemos contarlo todo
Que siempre tenemos una oportunidad
De frenarse para abrazar a alguien que no es como nosotros
Aunque he aprendido a partir
Es tan agradable creer que hay lugares donde nadie
Ha sido maltratado
Todavía
No tienen suficientes recuerdos
Para aprender a partir
Antes de la noche
Partir.

PASAR LA VIDA


Habría que pasar la vida como quien pasa un hilo

Por el ojo de una aguja
Con delicadeza
En silencio
Los dedos doblados alrededor de un pedazo de tela
Pedazos hay bastantes
Y agujas también
Para aquellos que quieran pasar su vida
Con la sensación de una mano ajena
Jamás una bofetada
Una mano que acaricia
Con gentileza
Sin detenerse
Los dedos que flotan sobre colinas de ropa
Que no sabemos hacer a un lado
Más que a la sombra de habitaciones discretas
Y puertas cerradas

Habría que pasar la vida pero sin pasar la oportunidad

Recuerda las lentas tardes
Incluso el río había disminuido su velocidad
Mesas de hierro en el patio donde destacan los ceniceros
Almohadas en el suelo por la casa de atrás
Un hombre y una mujer que no se corresponden
Comienzan a hacer el amor
Lentamente
Luego con rapidez
Recuerdo tu mirada furiosa
Cuya ofrenda rechazaba
Estirada sobre el vientre
La hierba todavía mojada estropeaba el papel
De mis cómics
En esa época yo escribía con lápiz
Y mi hermano dibujaba
Y el río parecía
Tan fácil de cruzar

Habría que pasar la vida como quien se hace un examen sanguíneo

Para saber si se va a morir pronto
El río ha retomado su curso, en la casa de atrás
Un hombre y una mujer que no se corresponden
Duermen de espaldas
Saben que es el fin
Ahora
Saben que no hay nada que hacer
Sino sacudir sus alas impregnadas de recuerdos
En otras habitaciones sin cortinas
Hundirse en los caminos
Entre el río que se va y la casa que tiembla
Nadie más vendrá
Habría que pasar la vida pero sobre todo habría que tomarla
Por la boca, por los labios
Evitar extenderse en teorías infectas
Sobre los pasos a seguir
Sobre las fosas a cavar
Para enterrarse más rápido
Y renunciar a vivir
Como un león que muere de calor bajo un árbol en el verano

Habría que pasar la vida a quien nos ame

Sin molestias
En calma
El amor, al contrario que los hombres, está seguro de sí mismo
Con sus grandes ojos que lo vuelven como
Una pareja de agujeros claros
Una pareja de agujeros azules
Pero se alimenta mal
Cree que carece de suerte cuando carece de coraje
Cree hablar fuerte cuando no sabe que grita
Tengo más amigos que hermanos
Y más tinta que páginas
Habría que pasar la vida tomando impulso
Rechazar el peso del sortilegio
Los silencios culpables que la noche convierte en alaridos
En aullidos
En súplicas animales
Habría que saber esperar el cuchillo del tiempo
Despedazar la memoria nos hace un poco menos mal
Que uno se pueda levantar
Que uno se pueda preocupar
De alguien más
Habría que pasar la vida mirando partir a quien uno ama
La garganta llena de largos sollozos que lastiman
El interior
Y el resto
Habría que pasar la vida sin hacer un gesto más

Qué aburrimiento

Qué tristeza.

***


Cécile Coulon nació el 13 de junio de 1990 en Clermont-Ferrand, Francia. Ha publicado siete libros, entre ellos Méfiez-vous des enfants sages (2010), Le Roi n’a pas sommeil (2012, ganador del Prix Mauvais Genres) y Le Cœur du Pélican (2015).

Traducido del francés por Miguel Muñoz.

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