Manual de etiqueta para ascensores

Fotografía de Vanessa Terán Iturralde

I’m the son
 and the heir
of a shyness that is criminally vulgar
How soon is now? – The Smiths
Muy buenos días, en qué puedo ayudarle. Las palabras se preparan en su boca, estiran las piernas, como antes de salir a correr. Buenos días, mi nombre es Marisol, en qué puedo ayudarle. Mejor así, más personal. Las palabras van subiendo las escaleras a la azotea de su edificio. Así se imagina ella su cabeza: toda una ciudad llena de edificios de distintas alturas desde los que hay que lanzarse al vacío. ¿Saludar a un cliente en el trabajo? Un edificio de cinco pisos; ¿entrar a la oficina a hablar con el jefe? Uno de dieciocho. ¿Hablar con un extraño en un ascensor o en una fiesta? Un verdadero rascacielos.
Aún no hay nadie en el local pero los de la cocina ya se preparan, poniendo a hervir el aceite, sacando las papas fritas de las bolsas congeladas. Es un lugar popular, El Pollo Feliz. En pleno barrio latino, es el destino obligado de todos los salvadoreños de la zona.
Marisol siempre había sido tímida pero la situación había adquirido dimensiones alarmantes desde que vivía en Estados Unidos. Tienes que aprender a controlarte, le decía Guillermo, uno de sus compañeros, cada vez que la veía con las manos temblando. How can we help you?, le decía Dr. Patrick en cada una de las sesiones de terapia en grupo y ella subía uno a uno los peldaños de ese edificio de nueve pisos para decir, con un acento que parecía cosido sobre las palabras como una cicatriz: I don’t know. I think I’m better now.
Guillermo había sido el de la idea. Conocía al terapeuta del centro comunitario y la había obligado a apuntarse a uno de los grupos de mujeres al que asistía religiosamente.Todos los miércoles volvía a casa con un puñadito más de confianza. Se atrevía a mirar a los ojos al conductor del bus y darle las gracias una vez que bajaba, e incluso podía sonreirle, si el día había sido suficientemente bueno. Una vez en el ascensor, llegaba la prueba de fuego. Si alguien se subía junto con ella, Marisol tenía que hablarle. De algo. Cualquier cosa. Qué lindo día, qué frío que hace, ¿necesita que la ayude con esas bolsas? Por lo menos una frase, la que fuera. Órdenes del doctor. Pero Marisol siempre terminaba por decir Buenas Tardes, en murmullos casi inaudibles y a la espalda de algún vecino que ya cruzaba las puertas rumbo a su apartamento, ignorante de su proeza.

Muy buenos días, mi nombre es Marisol, ¿en qué puedo ayudarle? ¿Le interesaría agrandar su combo por 2.99? ¿Está completo su pedido? Marisol parece sacarle brillo a cada una de las palabras que va a tener que usar durante la jornada. Las repite en silencio en su cabeza, en distintas entonaciones. Sonríe, una, dos, tres veces y apunta la mirada a la altura donde se encontrarán los ojos de su primer cliente de la mañana.
           
Vive con una prima en un studio de proporciones ridículas. Sólo un biombo de papel separa su futón de la cama donde ella duerme. Por las noches, Marisol trata de distraerse pensando en sus edificios. Imagina que los recorre, ahora sin prisa, sin obligación (nadie esperando su salto), que enciende las luces de la sala, abre el refrigerador –siempre vacío– o camina con calma por las distintas habitaciones. Sube las escaleras hasta la azotea, con el corazón tranquilo y al abrir la puerta el viento la recibe con una caricia suave. Solo entonces se anima a llegar hasta uno de los bordes y, con los brazos bien apoyados en la baranda, mira hacia abajo, a las luces de la ciudad, la gente caminando por las calles, los autos estacionados.
Where’s the bathroom?
La pregunta llega de improviso. Un hombre alto la observa con urgencia.
Miss, could you please tell me where the bathroom is?
Las palabras, dentro de su cabeza, se miran inquietas (¿Le interesaría agrandar su combo por 2.99?). Las frases en inglés –las pocas que sabe– no parecen acudir a su llamado. Casi puede escuchar la voz de Doctor Patrick: Say: “just give me a minute”.
En el suelo hay unas cuantas papas fritas aplastadas. Un lápiz. Una bolsa de mayonesa.
(¿Está completo su pedido?)
           
El hombre la observa desde las alturas con ojos desorbitados. Está sudando y tiene los labios de un color extraño. Marisol comienza a subir rumbo a la azotea, el paracaídas bien firme sobre la espalda y el corazón latiéndole en los oídos. ¿Diez? ¿Doce pisos?
Right there, in the corner. Here’s the key, las palabras aparecen en su cabeza, asomándose apenas, como diciendo “si insistes…”
Lo último que escucha es un Please algo suplicante, mientras Marisol salta al vacío llevando consigo sus frases mal pronunciadas y el cliente se dobla en una arcada triste.
***
María José Navia (Santiago, Chile, 1982). Es autora de la novela SANT (Incubarte Editores, 2010) y del e-book de cuentos Las variaciones Dorothy (Suburbano editores, 2013). Sus cuentos han aparecido en antologías en España, Chile y Estados Unidos. Actualmente termina un doctorado en Literatura y Estudios Culturales en la universidad de Georgetown y escribe en su blog de reseñas Ticket de Cambio. Su nuevo libro, Instrucciones para ser feliz, será publicado en el 2015 por Sudaquia Editores.

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