Los elefantes de Rapi

POR: GABRIELA PRIETO.

“No es que me acercara a los niños. Tengo la ilusión de no haberme alejado del niño que soy (…). Siempre fue el mundo que me gustó” Rapi Diego

El árbol genealógico de una familia no hace a una persona, pero –en este caso– vale la pena mencionarlo. Constante Alejandro de Diego y García- Marruz (1949-2006), nombre del famoso ilustrador y cineasta cubano conocido como Rapi Diego, fue hijo del fallecido Eliseo Diego y hermano de Eliseo Alberto, poeta y novelista, respectivamente; sobrino de Fina García-Marruz y Badía, poeta; y sobrino político del también poeta Cintio Viteri y Bolaños. Con una familia así, el talento está en los genes, o al menos así lo parece.
Para Rapi fue fundamental formarse entre libros y, en especial, haber leído la colección que su padre leyó cuando era niño. “Desde chiquitico yo lo que quería era ser ilustrador, nada de pintor. Siempre dibujé”, dijo en entrevista a la revista mexicana Leer y Leer.1
De adolescente se alejó del arte, porque venir de una familia “muy intelectual” le ejercía mucha presión. Así que estudió Arquitectura y Matemáticas, pero esta última terminó combinándola con el dibujo. Quiso estudiar pintura, pero dos meses después fue expulsado del instituto. Donde realmente aprendió a dibujar, señaló, fue en su trabajo en el Jardín Botánico, en el que pasaba las horas dibujando flores y plantas.
A Rapi le obsesionaba contar historias en imágenes, por eso se dedicó a estudiar la carrera de Cine y dirigió 23 películas; como pasatiempo escribía cartas, que luego ilustraba (a las que llamó cartas-cuentos). A eso le vinieron ilustraciones para discos y libros. Uno de esos discos fue el de Unicornio, de Silvio Rodríguez, y libros para su papá como Soñar despierto, y Por el mar de las Antillas anda un barco de papel, de Nicolás Guillén.
Ilustraciones como las de Alicia en el país de las maravillas, de JohnTenniel; El viento en los sauces, de Paul Bransom; y  Winnie the Pooh, de E. H. Shepard, que también hizo ilustraciones para El viento en los sauces, determinaron el gusto estético de Rapi por la literatura infantil. A la que él no consideraba como una especie de subgénero, sino como literatura propia, con “un público, el de los niños, muy especial, crítico sincero y muy honesto. Un público que piensa y se expresa de una manera tremenda”. Por eso hay, para él, que ilustrar las  cosas más directamente que para un adulto. Ya que a este se le puede engatusar con malabares de palabras, al niño no. Es sencillo: la historia lo atrae o no lo atrae.
En estos últimos años la ilustración ha logrado una autonomía, cosa que no es fácil porque tiene que tener un valor en sí misma. Esta tiene que funcionar y jugar con el texto, la cual se torna difícil cuando se ilustra poesía. “Una buena ilustración debe servir de trampolín a lo que ilustras, no para enmarcar o encasillar la imaginación, sino para desbordarla”, afirma Rapi.
En el proceso libro-niño, el maestro debe llevarlo a lo lúdico de la literatura, abrir esa puerta hacerlo pasar a través de… nunca empujarlo. La curiosidad lo hará pasar. Para Constante Rapi Diego,  “el tener que leer como si fuese una tarea es terrible. La literatura es un placer”.
Su hermano Eliseo Alberto en su libro La vida alcanza da a conocer que la figura del elefante fue para Rapi Diego una de las tantas posibles figuraciones de la ternura. Para el ilustrador encierra todo un simbolismo. El pacífico elefante, el bondadoso elefante, el tierno elefante: uno de los pocos animales de la creación que saben morir sin tanto lío.  “Por ejemplo, cuando leemos en La bella durmiente que todos se duermen en el castillo, la princesa, el rey, los criados y… “hasta la mosca se quedó dormida en la pared” (…), ese detalle de la mosca va de lo gigantesco a lo pequeño”.  Cuando nos ocupemos de ese viaje interno, creativo, de retorno a la niñez, solo entonces nos fijaremos detenidos ante la mosca dormida o absortos ante la ternura del elefante. Eso es lo que la literatura infantil y su público de imaginación vasta y virgen son. Un gran tierno elefante.
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[1] Leer y Leer, junio, julio y agosto de 1999, año 3, núm. 7, México.

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