Leila Guerriero: «No tengo el fetiche de los escritores»


Horas antes de una cita pautada con Leila Guerriero (Junín, 1967) en el bar “El libertador” (Chacarita, Buenos Aires), se había enviado a la periodista argentina las Matapreguntas. A pesar de que este cuestionario no estaba planeado, la autora de Los suicidas del  fin del mundo (Tusquets, 2005), accedió a responderlas, corroborando, así, una de sus grandes cualidades: es generosa con su tiempo.

Resulta que Leila Guerriero visitó Guayaquil en diciembre de 2007. En ese viaje entrevistó a Jaime Nebot para el diarioLa Nación. Digamos que Leila será una huésped conocedora de la ciudad cuando nos visite a propósito de la feria del libro del mes de agosto. Si no, fijemos la atención en estas líneas del artículo que escribió sobre nuestro puerto: «La del Guayas. La de la vera del río. La de casi la mar. La que fue fea. La que fue gris. La que fue peligrosa. El puerto estratégico, la ciudad en el ojo del saqueo del pirata —Cavendish en el siglo XVI, L’Heremite Clerk en el XVII, y muchos antes, y muchos después—, la incendiada de incendio natural en 1895 hasta los huesos. La que tuvo barriadas —dicen— como vórtices oscuros donde se juntaban —dicen— los robos, las miserias. La que tuvo kilómetros de vendedores callejeros».

La cercanía que tiene con Ecuador involucra, también, los nombres de algunos compatriotas: Gabriela Alemán, Santiago Rosero y María Fernanda Ampuero figuran entre sus estimados colaboradores y amigos.


¿Cuál fue el último libro que leíste?

Una novela gráfica fabulosa llamada Tamara Drewe, de Possy Simonds. Inmediatamente antes, También esto pasará, de Milena Busquets, y Calles y otros relatos, de Stephen Dixon.

¿Qué libros has robado?

Creo que uno solo, en una librería de la calle Corrientes cuando tenía unos veinte años y ni siquiera sé por qué. Era un libro de Vicente Aleixandre, publicado por Losada. Seguramente podría haberlo pagado y Aleixandre no es un poeta que me vuelve loca. Supongo que lo robé por pura maldad, para saber qué se sentía.

¿A qué escritor resucitarías y para qué?

A ninguno. No tengo el fetiche de los escritores. Me gusta leerlos y tengo muchos amigos entre ellos, pero no tengo el morbo de querer conocerlos, o de imaginar que me tomo un café con Dostoievski.

¿Qué cantas en la ducha?

Yo no canto en la ducha. Ni en ninguna otra parte.

¿Qué harías con un Gregorio Samsa en tu familia?

Nunca se puede hacer nada con un Gregorio Samsa en la familia. Nunca. Pero quizás trataría de señalarle la existencia de otros Gregorios Samsa que anduvieran por ahí, para que no se sintiera tan solo y tan loco.

¿Cuál ha sido tu peor trabajo?

Siempre trabajé como periodista, así que nunca tuve un peor trabajo.

¿Cuál es tu secreto peor guardado?

No tengo secretos peor guardados. Sólo tengo secretos. Guardadísimos.

¿Qué te gustaría hacer que no tenga que ver con la literatura y el periodismo?

Nada, creo. Pero, obligada a elegir, supongo que hacer algo muy manual, como la carpintería. O dedicarme a correr. De todos modos, creo que esas dos cosas también tiene que ver con la literatura.

¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?

No hay manera de saberlo, toda respuesta sería falsa. Además, me leían mucho en voz alta mis adultos, desde muy pequeña, y esa también es una forma de leer. Sí recuerdo cuál fue el primer libro que acarreé por las mías. Era un ejemplar de El faro del fin del mundo, que llevaba conmigo a primer grado del colegio, por si me aburría en el recreo. Pero nunca lo leí. En el colegio, se entiende.


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