¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?
El principito, claro.
¿Cuál fue el último libro que leíste?
Traslaciones, de Tedi López Mills. Es una compilación de traducciones de poesía hechas por poetas mexicanos.
¿Qué libro no pudiste terminar de leer?
Uf, como 200. Cualquiera de Murakami.
¿Quién debería ser el próximo Nobel?
Mi favorito es Philip Roth. Mi favorito sentimental es Cormac McCarthy. Pero no se lo van a dar a ninguno de los dos.
¿Qué título le pondrías a tu autobiografía?
Obras completas.
Si fueras un libro, ¿cómo te gustaría ser leído?
En un e-book pirata.
¿A qué escritor resucitarías? ¿Y para qué?
A dos: Ernest Hemingway y Charles Bukowski. Para subirlos a boxear a un ring, ¿para qué más? (Para subirlos a boxear en serio, no creas que es una metáfora.)
¿Con qué personaje literario te gustaría tener un affaire?
Depende del tipo de affaire… En realidad me gustaría que Lisbeth Salander me rescatara de los malos.
¿Qué libro te han prestado y no has devuelto?
El Manual de urbanidad y buenas costumbres, de Carreño.
¿Quién es el autor «serio» más sobrevalorado? ¿y el olvidado injustamente?
“El más”, no sé: es una competencia reñida… Tal vez Murakami, esa especie de Benedetti hipster. Los libros que Mario Vargas Llosa ha publicado después del Elogio de la madrastra me parecen sobrevalorados, también, pero su obra de juventud sigue siendo extraordinaria. Y no me explico –pero esa es mi neurosis– por qué la gente no abarrota las librerías buscando la obra de Guillermo Cabrera Infante. No digo que esté olvidado, sino que a mi juicio merecería mayor reconocimiento.
Si la supervivencia de la literatura depende, como en Fahrenheit 451, de memorizar un libro, ¿cuál sería, por qué?
Una antología de poesía en lengua española de los siglos XVI al XX. ¿Por qué?… Porque es el libro que me tocó: ya he memorizado una buena parte de él.
¿Cuál ha sido tu peor trabajo?
Varios: abrir zanjas para el drenaje con una pala y un pico; ayudante de albañil; alimentar cerdos.
¿Cuál es tu secreto peor guardado?
Soy un enganchadizo: tengo la virtud de convertir en vicio casi cualquier cosa, llámese cocaína o jardinería. Y otro: mi canción favorita para cantar borracho no es “El rey”, de José Alfredo Jiménez, sino “La maldita primavera”.
¿Qué opinión te generan los gimnasios?
Los veo con nostalgia: son una especie de noviecita que tuve en mi juventud.
¿Qué cantas en la ducha?
Dos canciones: “Esta noche me emborracho”, que es un tango de Discépolo; y “La medicina”, que es un blues del grupo mexicano Real de Catorce.
Estás a punto de morir, escribe tu último tuit:
Hipy kay yei, motherfucker.