Julián Herbert: «Me gustaría que Lisbeth Salander me rescatara de los malos»

Julián Herbert (Acapulco, 1971) es poeta y narrador. En 2011 ganó el Premio Jaén de Novela con ‘Canción de tumba’. Como es común, le preguntamos si tiene alguna anécdota relacionada con nuestro país, y nos dice: «mi única anécdota con la literatura ecuatoriana es esta: en 2005 preparé, junto a León Plascencia Ñol y Rocío Cerón (poetas mexicanos) el volumen «El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente (1965-1979)», publicado por la editorial (también mexicana) Filodecaballos. El volumen incluye a un solo poeta ecuatoriano: Cachibache (1979-2000). Teníamos muy poca información sobre lo que se estaba escribiendo allá en ese momento -y las redes sociales no eran, entonces, tan vastas como lo son ahora-, pero la obra de Osvaldo Calixto Rivera nos sorprendió, así que desde hace 8 años circulan en México algunos de sus poemas gracias a nuestra antología.»
Por último nos cuenta que, al momento de entrevistarlo para las MataPreguntas, acababa de enviarle al editor Marcelo Uribe, de editorial Era, un nuevo libro de poemas titulado «Álbum Iscariote»; que espera que salga antes de que concluya el 2013. «Y estoy armando un librito de cuentos», termina Herbert. Y ya, les dejamos sus respuestas.

¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?

El principito, claro.

¿Cuál fue el último libro que leíste?

Traslaciones, de Tedi López Mills. Es una compilación de traducciones de poesía hechas por poetas mexicanos.

¿Qué libro no pudiste terminar de leer?

Uf, como 200. Cualquiera de Murakami.

¿Quién debería ser el próximo Nobel?

Mi favorito es Philip Roth. Mi favorito sentimental es Cormac McCarthy. Pero no se lo van a dar a ninguno de los dos.

¿Qué título le pondrías a tu autobiografía?

Obras completas.

Si fueras un libro, ¿cómo te gustaría ser leído?

En un e-book pirata.

¿A qué escritor resucitarías? ¿Y para qué?

A dos: Ernest Hemingway y Charles Bukowski. Para subirlos a boxear a un ring, ¿para qué más? (Para subirlos a boxear en serio, no creas que es una metáfora.)

¿Con qué personaje literario te gustaría tener un affaire?

Depende del tipo de affaire… En realidad me gustaría que Lisbeth Salander me rescatara de los malos.

¿Qué libro te han prestado y no has devuelto?

El Manual de urbanidad y buenas costumbres, de Carreño.

¿Quién es el autor «serio» más sobrevalorado? ¿y el olvidado injustamente?

“El más”, no sé: es una competencia reñida… Tal vez Murakami, esa especie de Benedetti hipster. Los libros que Mario Vargas Llosa ha publicado después del Elogio de la madrastra me parecen sobrevalorados, también, pero su obra de juventud sigue siendo extraordinaria. Y no me explico –pero esa es mi neurosis– por qué la gente no abarrota las librerías buscando la obra de Guillermo Cabrera Infante. No digo que esté olvidado, sino que a mi juicio merecería mayor reconocimiento.

Si la supervivencia de la literatura depende, como en Fahrenheit 451, de memorizar un libro, ¿cuál sería, por qué?

Una antología de poesía en lengua española de los siglos XVI al XX. ¿Por qué?… Porque es el libro que me tocó: ya he memorizado una buena parte de él.

¿Cuál ha sido tu peor trabajo?

Varios: abrir zanjas para el drenaje con una pala y un pico; ayudante de albañil; alimentar cerdos.

¿Cuál es tu secreto peor guardado?

Soy un enganchadizo: tengo la virtud de convertir en vicio casi cualquier cosa, llámese cocaína o jardinería. Y otro: mi canción favorita para cantar borracho no es “El rey”, de José Alfredo Jiménez, sino “La maldita primavera”.

¿Qué opinión te generan los gimnasios?

Los veo con nostalgia: son una especie de noviecita que tuve en mi juventud.

¿Qué cantas en la ducha?

Dos canciones: “Esta noche me emborracho”, que es un tango de Discépolo; y “La medicina”, que es un blues del grupo mexicano Real de Catorce.

Estás a punto de morir, escribe tu último tuit:

Hipy kay yei, motherfucker.

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