Nunca estuvo en Ecuador, pero cuando Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) llegó a París a fines de 1997, fue recibido por un grupo de ecuatorianos muy amables que estudiaban arquitectura.
“Hablaban mucho de su país y de su gastronomía. Se reían del ecuavoley, me contaban de los buses que recorren Quito, de las salchipapas, de las papicarne, de la diferencia de carácter entre los costeños y la gente del oriente”, dice Terranova, quien, además, fue testigo de un gran debate en torno a la forma de Quito y sus barrios.
Años después, leyendo “Ecuador”, de Henri Michaux, se dio cuenta de que había hecho un camino inverso: Michaux contaba Ecuador con la mirada europea, y a él París se la había mostrado un grupo de ecuatorianos.
“Buenos compañeros en una ciudad fría y llena de viejos. Quizás por eso encontrarme con Ecuador en el corazón de Francia no me resultó raro ni excéntrico… Analucía, Jacobo, Patricio, si llegan a leer esto, les mando un abrazo grande.”
Ahora es el turno del autor de “Los amigos soviéticos” de responder nuestras #MataPreguntas.
MM: «Ay Dios mío, ¿y ahora qué?», solía ser el primer pensamiento mañanero de Bukowski. ¿Cuál es el tuyo?
JT: Todo el año pasado el despertador estuvo sonando muy temprano porque mi hija empezó primer grado. Por eso yo intentaba no trasnochar y me perdía la medianoche de las redes sociales. Así que a la mañana encendía la computadora y veía en Twitter, en Facebook y en mi Gmail, los restos diurnos de la madrugada. Más de una vez pensé que esos comentarios, esas acusaciones, esos pedidos de socorro, esa sensualidad vencida, esos desvelos, eran como las botellas vacías y los ceniceros que quedan después de una fiesta.
MM: ¿Qué le pedirías a Papá Noel que nunca se atreva a regalarte, y por qué?
JT: Paciencia. Necesito toda la paciencia de la que pueda disponer.
MM: Si fueses un animal, ¿cuál serías y por qué?
JT: Para los que me conocen mi elección es obvia. Sería un rinoceronte para dar batalla hasta morir contra los cazadores furtivos.
MM: ¿Qué le dirías -o le harías- a la ex Miss Panamá que dijo: «Confucio inventó la confusión»?
JT: Creo que es una frase excelente.
MM: ¿Con qué personaje literario te gustaría tener un affair?
JT: La ex Miss Panamá que dijo lo de Confucio.
MM: Estás a punto de morir, escribe tu último tuit:
JT: “Que Gogui no toque los discos” (Gogui es un amigo que quiere quedarse con mis discos.)
MM: ¿Qué harías con un Gregorio Samsa en tu familia?
JT: Lo mataría a machetazos. A Kafka también.
MM: ¿Qué libro te han prestado y no has devuelto?
JT: Los pichiciegos, de Fogwill.
MM: ¿Qué libros has robado, de dónde?
JT: Robé muchos libros en mi juventud. Ahora los descargo para el Kindle. Las librerías se volvieron lugares para ir a socializar, la lectura y el acceso a la lectura hoy pasan por Internet (donde de paso también se socializa).
MM: Si la supervivencia de la literatura depende, como en Fahrenheit 451, de memorizar un libro, ¿cuál sería, por qué?
JT: Alcanzaría con aprenderse “El arte como artificio” de Viktor Shklovski. Ni siquiera hace falta acordarse del ensayo, con el título ya tenemos para arrancar otra vez.
MM: ¿Quién es el autor «serio» más sobrevalorado? ¿Y el olvidado injustamente?
JT: Creo que Haruki Murakami. Todo lo que leí me resultó insulso, bien para el gusto medio del lector que no conoce o no quiere conocer otra cosa. Editado en esas lustrosas ediciones negras de Tusquets se transforma en un magnético cazabobos. Luego, casi siempre hay justicia en el olvido y, al mismo tiempo, ningún olvido es perfecto.