2.- Últimas décadas del siglo XX, el cine cubano se defiende.
Cuba ha pasado los años enfrentándose a las invasiones de la mejor manera en que ha podido. Dice el cineasta habanero Alfredo Guevara en el documento “Realidades y perspectivas del nuevo cine”, con respecto a las primeras producciones de la isla: “Los filmes realizados en nuestro país durante una veintena de años, no son otra cosa que dramones que arman su trama entre canciones y shows de cabaret […] coproducciones de calidad ínfima en los que Cuba aporta el sabor tropical con cuatro paisajes, un hotel de lujo, dos rumberas y un villano […]. Este es el saldo de la prehistoria del cine cubano. No tenemos antecedentes.” Guevara se refiere a los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, donde productores europeos y estadounidenses buscaron espacio para consolidar su industria cerrando campo a otras producciones.
Julio García Espinoza, también realizador cubano, considera que el principal daño que hizo Hollywood al cine de los países del Tercer Mundo fue el adoctrinamiento de los espectadores a un tipo específico de estructuras narrativas y visuales. García Espinoza, en la ponencia “Breve historia del desarrollo del cine cubano y su relación con el cine internacional”, explica en diálogo con su audiencia cual fue el proceso una vez empezada la revolución de 1959. “Los americanos, quienes controlaban el grueso de la producción que se exhibía en Cuba, retiraron inmediatamente las películas para provocar el cierre de las salas de cine […] En ese momento nosotros recurrimos rápidamente a los países socialistas.” Pero el público no reaccionó positivamente al cine ruso y urgió que los cineastas cubanos empezaran a arriesgarse con producciones que procuraran ser no solo comprometidas con los ideales revolucionarios, si no también populares. Julio García Espinoza lo hace ese mismo año con el largometraje Cuba bailaque según la crítica es una mezcla entre documental —un género que Cuba empieza a explorar con mucha fuerza desde la revolución —, el ya tradicional musical y el tipo de cine que sería emblema nacional de la Isla por largo tiempo: el melodrama. La película tuvo éxito y las grandes masas se volcaron a las salas, ansiosas esta vez de ver la producción nacional.
El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos ( ICAIC), creado 83 días después de que hubiera salido del poder Eugenio Batista, procuró potenciar la creatividad audiovisual con consignas muy claras en el apoyo financiero que daba a los realizadores. Entre las premisas se encontraban crear un cine inconformista, un cine barato, un cine artístico y un cine nacional. Bajo la influencia del Neorrealismo Italiano y la Nueva Ola Francesa, los cineastas cubanos, — entre ellos quizá el más representativo ha sido Tomás Gutiérrez Alea con laureadas producciones como Memorias del Subdesarrollo (1968) y Fresa y Chocolate (1993), a las que aludiré en los homenajes realizados por Brugués en el sexto subtítulo de este análisis—procuraron mantenerse en equilibro entre la fina línea que separaba el apego discursivo con la causa revolucionaria y la libertad estética absoluta.
Pero hay cineastas que dan fe que esta segunda opción no es para nada la favorita de los apoyos estatales en Cuba. El director y actor Jorge Molina (Palma Soriano, 1966) cuya obra logró finalmente espacio en el festival del cine ZombieFest en Bogotá apenas en el 2010, se considera un paria de la industria cubana, ya que cree que esta ha menospreciado el género que él ha elegido para expresarse: el Gore. Con cortometrajes experimentales, cargados de sangre y de sexualidad, Molina se mueve marginalmente por medio de circuitos privados y de la Internet. Es el primer cineasta de culto de Cuba o así lo consideran varios seguidores de su blog desde el que protesta contra el estatus quo del cine cubano y la falta de apoyo del ICAIC.
Cuando Jorge Molina se conoce con el joven Alejandro Brugués en la escuela de San Antonio de los Baños, descubrieron que ambos tenían en común el amor por el género Z y se embarcaron en el arriesgado proyecto de escribir un guion que mezclara las frescas influencias de Brugués, bastante norteamericanas: George A. Romero, Spielberg, Lucas con el estilo clásico bizarro de Molina inspirado en Darío Argento. Brugués explica en una entrevista acerca de su obra, de porqué piensa que el cine en Cuba debe renovarse: “El cine realizado en cuba tuvo su época dorada […] No quiero decir que no se hacen cosas buenas, si no que la batuta van a tomarla ahora gente con otro tipo de formación […] muchas veces es fácil olvidarse de que hay otros géneros.” Brugués escribió para Molina el papel de Lázaro, el brazo derecho del protagonista de Juan de los Muertos, lo creó a la medida de su gusto, con muchos fluidos y enfrentamientos.
De este novísimo cine cubano, nacido de la hibridación entre lo nacional, lo popular y lo artístico, surge la cinta Juan de los Muertos con el apoyo del ICAIC pero también con coproducciones argentinas, mexicanas y españolas, logrando reunir un presupuesto de 2.1 millones para su realización y con ganando premios internacionales y nacionales, incluyendo el de popularidad en 33 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana. La prensa estatal, en cambio, le dio poca cobertura el día de su estreno y se ha mantenido al margen de las críticas a pesar de las salas llenas y la acogida calurosa de los espectadores que ahora miran con curiosidad esta mezcla tan cubana y tan extranjera en su propuesta. El siempre crítico Jorge Molina considera que el ICAIC se haya hecho cargo de parte del auspicio, de la distribución de la cinta y la haya colocado en cartelera en más de dos cines de la Isla, ya es un triunfo.
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