Fotografía de Gabriela Zea Nadal, de Barcelonogy |
Las primeras #Matapreguntas del año fueron respondidas por Jorge Carrión (Tarragona, 1976). Escritor y co-director del Máster en Creación Literaria de la UPF de Barcelona, este autor español es mejor conocido por sus libros de ensayos Teleshakespeare y Librerías (finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2013). Ha publicado, además, las novelas Los muertos, Los huérfanos y Los turistas.
¿Cuál fue el último libro que leíste?
Castellio contra Calvino, de Stephan Zweig, un texto poderoso sobre la dictadura religiosa que instauró Calvino en Suiza y sobre la resistencia humanista de Castellio, que me ha hecho pensar en la posibilidad de escribir un ensayo de alto nivel intelectual, histórico y narrativo, que renuncie a las notas a pie de página, incluso a la bibliografía. Me interesa mucho esa tradición que viene de Montaigne.
¿Qué libros has robado?
No estoy seguro, pero creo que a los quince o dieciséis años robé un juego de rol de una librería, porque los juegos de rol son libros, de hecho son el ejemplo extremo de leer para vivir, de encarnar la ficción.
¿A qué escritor resucitarías y para qué?
A Dante para caminar a su lado. O a Walser o a Sebald, para lo mismo.
¿Qué cantas en la ducha?
No soy nada musical, me temo, aunque en la adolescencia recuerdo que me llevaba un radio-cassette al lavabo para escuchar música durante la ducha, antes de salir con los amigos.
¿Qué harías con un Gregorio Samsa en tu familia?
Mi familia nunca tuvo animales domésticos; pero desde hace un año y medio mi mujer, mi hijo y yo tenemos un gato en casa, que se llama Julio (podría resucitar a Cortázar para contárselo) y que ahora mismo está durmiendo en mis piernas. Gregor también sería bienvenido.
¿Cuál ha sido tu peor trabajo?
En la adolescencia hice de todo: camarero, árbitro de baloncesto, monitor de actividades infantiles, monitor de comedor de colegio público de extrarradio… Supongo que éste fue el primer trabajo (si olvido algunos partidos de baloncesto que tuvieron un final incómodo y casi violento), porque después de varias horas encerrados los niños lo último que deseaban era más disciplina y encierro; pero recuerdo con una sonrisa cómo los más revoltosos me acabaron cobrando cariño… Me doy cuenta de que estoy hablando mucho de la adolescencia en esta entrevista, supongo que ha resucitado el que yo era entonces…
¿Cuál es tu secreto peor guardado?
Mis problemas con mis dos nombres: Jordi y Jorge. Siempre acabo hablando de ello.
¿Qué te gustaría hacer que no tenga que ver con la literatura?
Tener una tienda de vinos, pero me la imagino —lo siento— en el marco de una librería.
¿A qué autores jóvenes recomiendas?
En España hay poetas nacidos en los 80 y 90 que me interesan mucho, como Unai Velasco o Luna Miguel; en Chile, Enrique Winter es, además, un excelente traductor. Entre los narradores, podría mencionar a Sergio del Molino, que trabaja la no ficción con unas metáforas muy notables. Conozco el trabajo de la joven escritora ecuatoriana Mónica Ojeda gracias a que cursó el máster en creación literaria de la Universidad Pompeu Fabra que co-dirijo. Incluí un cuento suyo en la antología Emergencias, donde se encuentran otros exalumnos. El problema de la «juventud» es que hay escritores nacidos en los 70 que son jóvenes como escritores, porque han empezado ahora a publicar. Yo, en cambio, me siento ya un poco viejo.
¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?
Leo y escribo desde siempre. No tengo conciencia de un origen determinado. Pero ahora mismo recuerdo a mi madre leyéndome un libro, Cuentos negros para niños blancos, por las noches, y me recuerdo a mí mismo leyendo el mismo libro de día. Como dos reversos de una misma moneda.