POR MIGUEL MUÑOZ
This is the place of hope and fear,
And faith that comes when hope is lost;
Defeat and victory both are here.
In this place where all’s to be.
«Into Thirty Centuries Born», Edwin Muir
Mucho se ha dicho y escrito, hasta el momento, de los errores que cometió Christopher Nolan en su última película. Varios medios, desde el New Yorker hasta Letras Libres, publicaron reseñas que parecen escritas a manera de reproche, como si el director británico fuera un escolar y el crítico, el profesor idiota que suma y quita puntos a su antojo.
Puede tomarse, sin embargo, cualquiera de esos fallos como punto de partida para tomar en cuenta por qué Nolan tomó ciertas decisiones y qué dice eso, en parte y hasta cierto punto, sobre el cine de la época en que vivimos. Un ejemplo: al igual que en True Detective, la serie creada por el escritor Nic Pizzolatto, en Interstellar casi no hay animales. Una imagen difícil de olvidar son las decenas de aves que vuelan en extrañas formaciones y son, al mismo tiempo, una señal y una alucinación para el personaje interpretado por Matthew McConaughey. Pero no hay rastro de todas las criaturas que pueblan el Deep South y que han mantenido una larga relación, a menudo en desventaja, con las personas. ¿Sería justo decir que los animales en Interstellar se extinguieron como se está extinguiendo la especie humana y todo ser vivo?
El pesimismo filosófico del detective Rust Cohle le da a True Detective el marco y el tono adecuados para tratar, con la excusa del género policial, de la consciencia humana como condena y de la inutilidad de la vida. La animalidad, parece decirnos Pizzolatto, también es una característica humana importante. Interstellar, en cambio, es inevitablemente optimista a causa de las propias obsesiones de su director. Nolan ha sido siempre solemne y desmesurado a la vez; sus temas son el tiempo, la memoria, el azar y el destino. Aunque ambas producciones tienen ciertas insinuaciones místicas, al final todo recae en los humanos.
Como una contraparte perfecta de su personaje anterior, McConaughey interpreta ahora a un piloto de la NASA que se siente fuera de lugar en esta nueva sociedad agraria. Si Rust Cohle era parco, casi un anacoreta, Cooper es un padre de familia amable con los suyos y poco tolerante con las autoridades conservadoras de los nuevos tiempos. En ese sentido, no sería arriesgado decir que Interstellar es una película sobre la paternidad. No hay sexo, como es usual con Nolan, pero sí un importante complejo de Edipo que dispara la trama.
Es conocida ya la intención de Nolan de hacer un blockbuster, una megaproducción inspirada en épicas de gran éxito como Star Wars. Una película para las masas, si se quiere. Y la ciencia ficción, finalmente, es un reflejo del estado actual de la humanidad. Nolan lo sabe, por eso en Interstellar las máquinas y la parafernalia futurista son accesorias; no hay decisiones efectistas como un robot “malo” y con una consciencia que no pueda ser desactivada. Ni siquiera el poema de Dylan Thomas que sirve como leitmotiv es una singularidad de Nolan. La película funciona como la “literatura de calidad”, esos libros comerciales que no dejan de preocuparse por un estilo o una forma particulares para un tema biempensante; en definitiva, un simulacro culto.
Esta película examina otro tema frecuente en Nolan: la maldad. El ser humano es el único ser viviente que se permite ser malo. Cuando aparece en escena el único actor de las grandes ligas que no fue anunciado en el material promocional el espectador se da cuenta de que todo siempre puede ir peor; sin embargo, la solución nunca estará fuera de nuestro alcance, así pasen años y sea necesaria la intervención en el espacio-tiempo. La exploración más allá de los límites también es parte esencial de la naturaleza humana; somos pioneros por defecto.