Entrevistar puede llegar a ser un verdadero arte que no todo el mundo llega a dominar. Es difícil cuando se recibe una tarea como esta, y mucho más cuando se la realiza a alguien con experiencia en ese campo, como Carlos Calderón Chico, historiador e intelectual de la ciudad.
Es complejo llegar a retratar todos los aspectos de una persona, es por eso que Calderón Chico necesitó libros enteros para las entrevistas que ha realizado a varios escritores y personajes, que, más que sus entrevistados han sido sus amigos entrañables, con los que ha conversado en lugar de interrogado.
“Capítulos que se le olvidaron a Cervantes” como dijo Juan Montalvo, es un ensayo de imitación de un libro inimitable, este breve documento intenta ir por el mismo camino, imitar una labor inimitable.
Todo empieza con un recorrido por su casa, que es más bien una gran biblioteca, entre libros en la sala, la cocina, el clóset, e incluso en el baño, la conversación toma cuerpo…
…Su biblioteca es impresionante…
Tengo 54 años recién cumplidos, visito hace 38, 40 años los puestos de libros usados, y esta es la causa de esta biblioteca de más de 22 mil volúmenes. En las librerías guayaquileñas, que me conocen todas, me llaman cada vez que tienen nuevos libros, ellos me dan facilidades, créditos, es un poco para estar al día. Esto me ha llevado a armar mis cuestiones con los escritores, con los intelectuales, y leo todo, todo lo de Ecuador. Desde los escritores de dudosa condición humana, pero buenos escritores, hasta la búsqueda de archivos, las colecciones de revistas, todo eso me ha dado información muy rica para toda la generación del 30, para el siglo XIX. Todo esto me ha hecho rara vez ir a una biblioteca. A base de eso he estructurado mis libros de conversaciones con grandes personajes. Yo no pregunto huevadas: cuando nació, y cómo nació y por qué usa la raya en medio y por qué se betuna. Eso déjale a nuestros jóvenes periodistas ignorantones, de la mayoría de los diarios, que están desesperados por publicar mañana, si no no completan la quincena. Yo no hago eso, nunca he hecho eso, ni cuando trabajaba en Meridiano; todas mis entrevistas son extensas.
¿Sus lecturas entonces lo llevaron a conocer o relacionarse con los escritores que entrevistó?
Así es, yo he tenido más suerte con los viejos (los escritores), porque he sido alguien que se metió desde muy joven en los archivos, en esos rostros antiguos y papeles viejos, evocando el bello título de José Pino de Icaza. Me acerqué a ellos, tuve la suerte de ser editor y coordinador cultural del suplemento cultural del Diario El Meridiano con Artieda (Fernando) a quien le debo lo malo, lo feo y lo sucio del periodismo. A él le debo mucho. La cercanía a este suplemento, las entrevistas que tuvimos con Artieda, me acercaron mucho más. Mis publicaciones de antologías de cuentos, tuve la revista Puño y Letra, con dos números, y eso me hizo ya un poco conocido en el medio. Con todo esto, me comencé a empapar de estos viejos, a Pedro Vera lo leí todo, y con el pasar de los años le planteé un libro de conversaciones y dijo bueno, nos sentamos dos días en un hotel, todo se vino. Él me dio información y me pasaba recortes, además yo andaba siempre detrás de las revistas, yo he sido siempre un buscador de las revistas del Ecuador.
¿Revistas literarias?
No solo literarias, de las revistas económicas, de las revistas de historia, de todo. Ahí tienes (señalando a un rincón de la casa donde se encuentra la cocina, en la que solo se fraguan letras), todos esos pisos, todas son revistas de historia del Ecuador. Esas revistas que yo las leía, y las sigo leyendo, me han dado información riquísima, soy un lector de revistas. Esa rica cantidad de lectura, de mi curiosidad, me dio información enorme sobre las generaciones intelectuales anteriores, por eso me es fácil reconstruir a Pedro Vera, a Leopoldo Benítez Vinueza, con todos ellos tengo un libro de conversaciones, con Jorge Enrique Adoum, con Alfredo Pareja Diezcanseco, que ya va a circular este año. Mi libro “3 Maestros” que son conversaciones de 270 páginas, Leopoldo Benítez Vinueza, Ángel F. Rojas y el vago entre comillas de Adalberto Ortiz. Es decir, porque he leído hasta la saciedad sus obras.
He leído a Montalvo en la Biblioteca Municipal de Ambato; leí toda la obra de Carrión en su momento, él marcó mi vida de joven lector, a los 18 o 20 años. Todo esto me enriqueció y me dio facilidad de ir armando cuestionarios y algún día buscar a los viejos.
¿Con quién le habría gustado armar un libro de conversaciones?
Me hubiese gustado hacer un libro con Benjamín Carrión, a quien conocí una noche, de ocho de la noche hasta las dos de la mañana, no queríamos parar cuando le dije que me retiraba, después de haberle explotado entre comillas toda su sabiduría y su gran don de gente. Él fue el primer hombre que me hizo llorar, como yo lo digo siempre, para que los perversos lo analicen, el fue el primer hombre por el que lloré. He llorado por cuatro (su voz se debilita, hasta cortarse al recordar, con los ojos cristalizados de la añoranza, a los viejos amigos ya idos), Carrión (Benjamín), Pedro Jorge Vera, Manuel Medina Castro, Paco Parra Gil, se me fueron partes de la vida en esos instantes, amigos entrañables, viejos todos ellos.
A usted con todos ellos, más que una simple entrevista, los unía entrañables lazos de amistad
Así es mi querido tocayo, todos ellos marcaron mi formación, Carrión, este hombre tan viejo, noble y grande de ochenta años, lloraba sobre mi hombro…
Pedro Vera y sus bellas sinvergüencerías, me pedía que se las ocultara a sus ochenta años. Todo esto me ha ligado a estos viejos, por eso he escrito y publicado libros de conversaciones con grandes hombres. Se formaron mis entrevistas cuando sentí la necesidad de acercarme a estos hombres de gran condición humana, de grandes cagadas en algunos momentos de sus vidas porque tampoco son santos.
Y algo más, nunca he hecho entrevistas para el día siguiente, Diners me pedía una entrevista y se la entregaba 15 días después, y todas mis entrevistas están en libros extensos: Rojas es un libro, Leopoldo Benítez, un libro, Adalberto Ortiz, Adoum, Pedro Vera, Alfredo Pareja Diezcanseco, y te digo, es amistad.
Para armar libros enteros con sus entrevistas, debió guardar algún tipo de registro
Yo soy un hombre de registros, Carlos, yo armaba fichas, todo está estructurado así, yo hacía una larga ficha, que obviamente era una especie de ayuda memoria de la que me abría dadas las circunstancias, y se formaron todos mis libros. Yo creo que, modestia aparte, ya sirven para el análisis de la literatura y de la historia y de la cultura del país para el que quiera citarlo. Y están citados en los estudios de estos grandes hombres. Nadie puede estudiar al Ecuador en el que Carlos Julio (Arosemena) jugó 50 años un papel fundamental, lamentablemente si no lee mi libro. Son 250 páginas, 536 preguntas.
Carlos Julio Arosemena fue uno de los entrevistados más conocidos
Carlos Julio… la gente me pregunta si he chupado con él, no, no. Cuando yo armaba las conversaciones con él solo le decía, “doctor no se olvide de mi juguito” y me tenía dos, tres botellitas de jugo (comenta entre risas) y no comíamos nunca, cuando ya eran las once de la noche salíamos a comer a lugares exclusivos. La primera entrevista con él fue en el año 83 y se publicó en Diners y le agradé. Nos hicimos amigos, lo cuento ahí mismo, en el libro, 15 años de amistad, y cada vez que podíamos él me llamaba para conversar sobre el país. Nunca tuve apuro de publicar, 15 años pasaron en esas conversaciones. Cuando le llegaba la parca, la muerte, le dije voy a actualizarlo, y Carlos Julio estuvo encantado, pero se cae en esos días y me recibe casi en cuatro andadores, con ésa hacíamos la cuarta entrevista en 15 años. Le propuse a Planeta (la editorial) el libro, le gustó, me esmeré y les pedí un prólogo a Enrique Ayala y a Xavier Ponce, hombres cultísimos, y estuvieron encantados. El libro fue un éxito de venta en 8 meses, y se sigue vendiendo porque es un libro rico y polémico sobre él, yo hago una introducción adelante donde cuento cómo sentía un poco de temor ante la figura de él.
Para la quinta entrevista, con la que hubiese cerrado el libro, me llamaron y me dijeron que se había vuelto a caer y que ya no podía ni siquiera hablar. Le llevé a Carlos Julio el libro, cuando él ya agonizaba, lo vio y solo dijo algo que nos estremeció, estábamos con su hijo Carlos Arosemena Pitt y su yerno Antonio Parra Gil. Carlos Julio vio mi libro y sonrió al ver su bella y altiva figura y dijo “guárdenmelo, pónganmelo allá arriba para que nadie se lo robe”. Estremece, ¿no? Un hombre que ya a los pocos días iba a morir.
…Entre anécdotas y recuerdos sobre grandes personajes; entre libros, y no juguito, sino pedazos de piña del congelador, la conversación duró aproximadamente tres horas. Tres horas en las que se habló de docencia, talleres literarios, escritores jóvenes, Barricaña, y más. Un par de páginas no son suficientes para tantos temas, ahora, en mi primero intento de entrevista, sé por qué Carlos Calderón Chico siempre necesitó libros enteros para las conversaciones con sus entrañables amigos.
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Foto: El Comercio