POR: MIGUEL MUÑOZ
Theodore Twombly dedica su vida a escribir cartas para otras personas. Vive solo en un edificio de apartamentos. Usa lentes de marco grueso, pantalones a la altura de la cintura y lleva un bigote muy particular. Como usuario frecuente del transporte público, Theodore destaca por su nula actividad social. De hecho, su comportamiento responde al lamento: su esposa, con quien había mantenido una larga relación, lo ha abandonado.
Her, la más reciente película de Spike Jonze, sigue la vida diaria del melancólico Theodore a través de su incapacidad de superar el sufrimiento y su aislamiento en una sociedad en la que todo parece estar dispuesto para evitar el contacto y las relaciones innecesarias. Solo por unos minutos, porque enseguida la película da el giro común del género romántico y Theodore se enamora. Pero —oh, novedad— se enamora de Samantha, el nuevo sistema operativo de su computadora.
Situada en el futuro inmediato, Her tiene lugar en una mezcla de Los Angeles con Shanghai. La proyección futurista está apenas insinuada, y el sempiterno halo de misterio oriental atenúa cualquier inconformidad que el espectador pueda tener con el futuro.
A pesar de lo que parece a primera vista, Her tiene muy poco que ver con lo digital. Es decir, asistimos al enamoramiento de un software y a su rápida evolución en una consciencia omnisciente, pero las preguntas por el amor en tales condiciones y el libre albedrío son secundarias al argumento principal.
En pocas palabras, Her es una historia de amor hipster. Si la ciencia ficción no imagina un futuro sino un presente simultáneo y accesorio a la realidad, entonces la película de Jonze se sirve de la subcultura contemporánea de lo hipster para retratar la visión que su autor tiene del amor.
Lo hipster puede resumirse como el vómito de la generación que creció a la par que el Internet. Una clase media altamente informatizada que funciona como máquina recicladora de viejos fetiches estéticos, vacíos de ética y alejados de aquello que en Matrix se llamó «el desierto de lo real».
¿Por qué la estética hipster? Porque de otro modo no sería verosímil. Her es ciencia ficción que no quiere verse como ciencia ficción, así que la solución es apropiarse de los gustos y maneras de la subcultura que mejor preparada está para el futuro. Es la manera más natural de hacer ciencia ficción.
Como historia de amor, Her cumple todos sus propósitos. Al menos, los tópicos del género son utilizados con imaginación y con un interés sincero, aunque insustancial, de pensar el presente (Jonze le agradece a Dave Eggers en los créditos; allí hay algo interesante). La fotografía es impecable, igual que la actuación de Joaquin Phoenix, a pesar del ukulele.
Al final, una pregunta realmente interesante y que da mucho para pensar es la misma que se hizo Roger Ebert sobre Kirsten Dunst en Elizabethtown: ¿son los nuevos sistemas operativos ángeles encargados de encaminar a las personas hacia un amor real, duradero y humano?