POR: JULIE CAÑARTE.
Yo no soy crítica de cine, por lo menos no de la “academia”, pero puedo criticar por libre albedrío, por lo que mis comentarios vertidos en este texto pueden herir susceptibilidades de allegados al asunto. Quedan advertidos.
Mejor no hablar (de ciertas cosas), el caballo de porcelana, se estrena como la ópera prima, en largometraje de 1 hora 45 minutos, de Javier Andrade, quien se las da de malabarista al ejercer de director, guionista y editor. La película tiene sus tropiezos pero es una propuesta acertada argumentalmente; se podría decir, quizás, que no es nuestra realidad cercana pero la creación de este círculo en el que se manejan los personajes es verosímil. Analicemos un poco más por fragmentos.
La primera escena de la película me crea una imagen de Portoviejo más cercana a lo pueblerino que a lo modernizado; intencional o no, es lo que hay, y vemos cómo un niño se hace hombre yendo a un chongo. Ésta imagen es elemental, así que procuremos tenerla presente, es el principio del fin. El hecho podría parecer irrelevante, en su inconexión, para lo que continúa: una tediosa narración en off, recurso cinematográfico muy usado y poco creativo, muchas veces con comentarios de más, algo como para dar masticada la comida, ¿será por eso de “así todos entienden”? ¿Estamos buscando un público comercial o más exquisito? A fin de cuentas, por qué están facilitándole cosas al público cuando creo yo que lo que deberían estar haciendo es cine de autor (quizás luego se convertiría en cine de culto). O cualquier cosa, a la final; menos la salida fácil y el cierre de cuentos de hadas.
La historia transcurre con sexo, drogas y punk; claro, olvidaba las docenas de insultos al portador con varias conjugaciones que en vez de asimilarse a la realidad se notan excesivamente recargados. O quizás es el hecho de que sí es otra realidad, es decir, pueden existir personas que van con sus “chuchas” en la boca para todos lados, en cada oración, no sé si ustedes lo han visto pero yo sí, no le quiero dar la razón a Andrade y apoyar el desmoronamiento del lenguaje en la película, solo reitero que yo sí he visto gente así.
Otro problema, y que es constante en las películas que se están haciendo en nuestro país en general, es el paisajismo: lo entendemos, el Ecuador entero es hermoso, no sé si lo utilizan como una apertura turística, quizás, pero a veces es innecesaria.
No hay en realidad nada peor que ver nuevamente a Andrés Crespo interpretándose a sí mismo en esta película. El mercado actoral lo ha sobrevalorado, estamos esperando verlo en un papel serio y estratégico con vestuarios que lo transformen, algo más que las pantalonetas de jean y camisas floreadas de siempre. Sin embargo, creo que hay elementos actorales destacables como la química entre los personajes de Víctor Aráuz y Alejandro Fajardo, representando la relación homosexual consensuada por intercambio: la pistola y la plata. Ambos nos dan una vista a un mundo distinto donde se explora la necesidad, el tabú y eventualmente la cotidianidad. Totalmente meritorio su trabajo y, de paso, el mejor beso homosexual que he visto en cine en el país.
Pero a pesar de lo anterior, este no es un mal filme, en realidad lo recomiendo; tiene una muy buena estructura construida a base de cuatro personajes que se interrelacionan en función de su necesidad. Todos tienen sus vicios, falencias, y son el punto de inflexión donde los personajes se reconocen y comprenden, allí se produce el quiebre. Todos son casi felices excepto por las muertes repentinas. La película es buena hasta este punto, considero que la transformación es demasiado brusca y burda; un final feliz para tanto cuento punk podría funcionar, en realidad, la felicidad no es un “must have”, no es un plano importante, es una historia de errores, de remordimientos y hasta de reivindicaciones: qué tan bajo hay que caer y aún así poder levantarse (obviando la parte que se asemeja a libro de autoayuda).
Creo que Andrade debió quedarse en el plano de “mejor no hablar de ciertas cosas”, y dejarnos volar un poco la cabeza. Hay cosas que no deben decirse, quizás por eso Paco las cuenta como para sí mismo y no se ven. Cosas que es mejor olvidarlas, como tu esposa dejándote por el hombre con quien te engaña desde tu fiesta de compromiso; o tu hermano que se vuelve homosexual para satisfacer sus vicios; tal vez la madre que prefiere ignorar que sus hijos mataron a su esposo; o la hija que evade la realidad escapando del país. Es mejor no hablarlas, pero quedan desde una muy buena perspectiva ilustradas en el filme. Recurriendo al lugar común cabe decir, una vez más, que es mejor no hablar, ni leer, ciertas cosas; es mejor verlas y pensar por cuenta propia.