A pesar de hacer siempre un cine volcado hacia la realidad social, nunca he admitido ninguna forma de demagogia estética respecto a un arte político, porque lo que acontece es que existen muchos intelectuales, escritores, artistas y cineastas que justifican la pésima calidad de una obra artística en nombre de una intención política progresista.
Glauber Rocha.
Unir ciertos elementos del western y de la política con largos trazos que hacen referencia a las mejores producciones cinematográficas de la historia podría ser uno de los tantos méritos de Glauber Rocha.
Considero que Dios y el diablo en la tierra del sol, El santo guerrero contra el dragón de la maldad y Tierra en trance, películas filmadas por el director brasileño entre 1964 y 1969, constituyen una lección, o reflexión, sobre la política y sus límites en relación a la búsqueda de mejores condiciones de vida en términos de propiedad para ciertos grupos menos favorecidos en estos menesteres. El ideal que flota en medio del grupo movilizado por cierto sentido religioso, unido al hartazgo ante el despojo material, inicia con Manuel, el vaquero, asesinando a su patrón y encontrando refugio en la religión que promulga Sebastián, un santo que lleva los límites del fanatismo al lugar más seguro para estos: el paraíso prometido.
En medio de todo este conflicto, aparece un personaje que enfrentará problemas mucho más complejos en la película El santo guerrero contra el dragón de la maldad. Con una dirección de fotografía que privilegia el contraste del claroscuro barroco, Antonio Das Mortes no tiene la complejidad que un personaje con rifle y bufanda rosa puede representar en su primera aparición en pantalla. Sus propósitos son claros: debe matar a Corisco, el bandido que con brutalidad quitará sus riquezas a los terratenientes. “Habrá una guerra sin la ceguera de Dios y el diablo, y para que esa guerra empiece pronto es preciso matar a Sebastián y a Corisco”, sentencia Antonio en una de las secuencias. Si Corisco representa el desenfreno y la violencia en aras de un “bien mayor” o “transformación social”, Sebastián es el fanatismo que lleva los límites de su religión al sacrificio de infantes, prometiendo también una salvación y bienestar posteriores en ese mundo tan árido. Antonio dibuja un panorama moral en la narrativa, con el poder que le dan las armas para decidir sobre la vida y la muerte. El fanatismo religioso y la violencia que conducen a la muerte para transformar una realidad insoportable para sus personajes, puede ser por él trastocada, porque así iniciará la guerra. Efectivamente, lo logra.
En la segunda película encontramos el desarrollo de muchos elementos vinculados al western clásico norteamericano. Pero al igual que Nicholas Ray en Johnny Guitar, podemos observar que el oeste —en este caso el “sertao”—, las armas, el antagonismo épico del héroe y el antihéroe, son balas disparadas en una pistola mucho más profunda que el simple accionar del cuerpo enfrentándose a otro en el filme. En el western de Ray, dos mujeres se disputan el poder y los afectos masculinos en medio de un territorio por descubrir; Rocha, en cambio, añade otros elementos del género: territorios indómitos, el “sertao” como región agreste, pistolas, la movilidad humana en búsqueda de territorios donde establecerse y el antagonismo entre la bondad y la maldad de sus personajes.
La Santa representa, quizás, esa guerra que evocaba Antonio en la primera película. En medio de un conflicto por la propiedad de la tierra, el matador de “cangaceiros” recibe una oferta laboral. Al personaje de El Coronel, su esposa y el amante de esta, que es además quien se presenta como el consejero del poder, finalmente el ejecutor, del poder político y económico de “Jardín de las pirañas” (la ciudad en la que se desarrolla esta ficción) se enfrenta a la inocente, y por ellos asumida como peligrosa, población danzante que sigue a La Santa, una mujer mística, escoltada por Coirana, un bandido que —como sabremos luego a través de una canción— la salvó de ser vendida como esclava por su padre. Coirana significa la cobra venenosa.
Antonio depone la transacción monetaria y decide no matar a los danzantes. Es quizás esta la guerra que esperaba tras la muerte de Sebastián y Corisco, una manifestación pacífica ante el hambre y las carencias. La narrativa de Rocha muestra preocupaciones por conflictos morales y tan antiguos como el mundo, presentes también en la filosofía del derecho y otros estudios: la propiedad y el antagonismo que esta puede generar. Lo interesante de Rocha, y quizás por eso me atrevo a decir es el mejor cineasta de América Latina, es que la literatura que compone el filme está llena de personajes que mutan en sus conflictos. Antonio puede matar a quienes considera violentos y convertirse después en un defensor de La Santa, quien se rebela ante los designios del Coronel, guiando a un grupo de campesinos pobres que bailan en medio del hambre que sienten, con la misma fe que rodeaba a los seguidores del primer santo, Sebastián.
El uso del color en la dirección de arte y fotografía de esta película, con un despliegue especial de ciertos tonos rojos y violetas que resaltan en cada plano, evocan otros elementos de la Nueva Ola francesa, presentes en la obra de Jean-Luc Godard. Rocha toma los referentes y construye a través de estos su lectura particular de las realidades sociales que le preocupan, planteando una reflexión abierta e inacabada, afortunadamente, en las dos películas que describo. Tierra en trance nos presenta otro antagonismo: el de Paulo, poeta y periodista, frente a la política tradicional, cuyo poder primero apoya para luego encontrar sus ideales traicionados por los compromisos de financiamiento que este tipo de espectáculos conlleva.
Curiosamente, el brasileño se mostraba muy crítico con sus dos películas, señalando que “desde el punto de vista cinematográfico, O dragão da maldade es mejor que Deus e o diabo, porque técnicamente está mejor hecha, aunque Deus e o diabo tiene un guion mucho mejor, más rico, pero tiene muchas influencias de muchos cineastas, es muy largo y tiene momentos que técnicamente no están muy bien resueltos. En O dragão da maldade, desde el punto de vista estilístico, hay una cosa que me interesa muchísimo: utilizar un plano para cada acción. (…) Si pudiera hacer el guion de Deus e o diabo con la técnica de O dragão da maldade, podría resultar un film muy completo. El guion de O dragão de maldade no me gusta mucho, me interesa la mise-en-scène, sobre el guion tengo algunas restricciones”.
Rocha utiliza diversos referentes previos del cine norteamericano y europeo, así como de la tradición mitológica y musical de Brasil para recubrirlos con sus preocupaciones sobre cuestiones que juzga trascendentes en su contexto social. La estética, ligeramente descrita, recubre un discurso de reivindicación vinculado a un grupo particular de la sociedad y las tradiciones de un país como elementos narrativos. Signos visibles de una realidad o mitología nacional trastocados por el poeta-director que los convierte en instrumentos que comunican su narrativa audiovisual e ideología política, prolija en referencias, preguntas e intertextualidades, y segura en sus convicciones sobre el nacimiento y el desarrollo de las desigualdades materiales. Todo esto a través de la concentración de la poesía, la música y las leyendas populares de su país en un complejo trabajo cinematográfico.