Federico Falco: «En la ducha siempre se me ocurren ideas»

Fotografía de Thomas Langdon
El nuevo invitado para contestar nuestras Matapreguntas es el argentino Federico Falco (General Cabrera, 1977). Ha publicado, entre otros libros, los volúmenes de cuentos 222 patitos (Eterna Cadencia; La creciente) y La hora de los monos (Emecé), además de la nouvelle Cielos de Córdoba (Nudista). En 2010 fue seleccionado por la revista Granta como uno de los veintidós mejores narradores en lengua española menores de 35 años.
Cuando le preguntamos sobre Ecuador Falco nos contó que en el año 2000 atravesó Bolivia y Perú como mochilero con unos amigos: «La idea era continuar hacia Ecuador, pero mientras estábamos en Lima empezamos a encontrarnos con gente que había subido hasta la frontera y no había podido cruzar.» No recuerda cuál era la razón, pudo haber sido por problemas climáticos, pero también por una huelga, ya que el país se encontraba en medio de una crisis económica sin precedentes y en enero de ese año el presidente Mahuad fue derrocado en un golpe de estado. «Esa fue la vez que más cerca estuve de poner un pie en el país. Pero, por supuesto, no pierdo las esperanzas y ojalá pronto se pueda concretar.»
¿Cuál fue el último libro que leíste?
La arquitectura del océano, de Inés Garland.
¿Qué libros has robado?
No sé si es exactamente robar, pero tomé en préstamo ad eternum varios libros de la biblioteca de mi mamá. Las obras completas de Federico García Lorca y una traducción horrible de las obras de Shakespeare son las que más quiero.
¿A qué escritor resucitarías y para qué?
A la muerte hay que respetarla, resucitar gente es una responsabilidad muy grande.
¿Qué cantas en la ducha?
No canto, ni siquiera tarareo. Me quedo callado y en la ducha siempre se me ocurren ideas.
¿Qué harías con un Gregorio Samsa en tu familia?
¿Qué familia no tiene un Gregorio Samsa? Son cosas que pasan, se lo sobrelleva lo mejor que se puede.
¿Cuál ha sido tu peor trabajo?
No puedo quejarme en ese aspecto, siempre tuve trabajos que me gustaron.
¿Cuál es tu secreto peor guardado?
Nací con una miopía severa en mi ojo derecho y durante mucho tiempo estuve convencido de que no veía el mundo igual que el resto.
¿Qué te gustaría hacer que no tenga que ver con la literatura?
No sé si me gustaría pintar, pero siempre les envidié a los pintores la capacidad de trabajar escuchando música, con la tele de fondo o la radio prendida.
¿A qué autores jóvenes recomiendas?
Es complicado pensar exactamente en qué es lo joven o cómo delimitarlo y para peor nunca sé calcular muy bien la edad de la gente. Opto por mencionar a autores que leí últimamente, que me gustaron, y que —creo— nacieron después del 85 o por ahí: Pablo Natale, Carlos Godoy, Emilio Jurado Naón, Yamila Begné, Agustín Ducanto, Matías Correa, Diego Zúñiga, Sebastián Antezana, Augusto Munaro, 
¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?
Cuando era chico tenía unos libros infantiles con cuentos de Andersen y Perrault adaptados. También había un volumen de mitos griegos. Pero más que leerlos, recuerdo mirar sus ilustraciones. Uno de los primeros que leí completo y sólo es Sandokan y los tigres de la Malasia, de la Biblioteca Billiken.

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