POR: MIGUEL MUÑOZ.
Nos citamos con Eduardo Varas (Guayaquil, 1979) en la cafetería de una librería de Quito, la ciudad en la que vive desde hace seis años. Como un Zach Galifianakis más alto y más delgado, Varas entra a la librería luciendo una barba entre mística y redneck; de su chaqueta sobresale un gordo ejemplar de bolsillo de Lunar Park, la novela de Bret Easton Ellis. Cuando se sienta pienso que ya no se parece al actor americano, que no tiene sentido compararlo; le señalo el libro y me dice que lo está releyendo, “hay un tono de terror en la novela que estoy escribiendo y recuerdo que aquí está bien capturado, quiero entender cómo lo hizo el autor, simplemente por curiosidad”.
Su primer libro publicado fue Conjeturas para una tarde (MAAC, 2007), un volumen de relatos. Luego vino su primera novela, Los descosidos (Alfaguara, 2010). Varias antologías recogen textos suyos; así como revistas, blogs y diarios han publicado sus artículos. Esta entrevista es la continuación de la serie de conversaciones con autores ecuatorianos recientes que hemos venido publicando en Matavilela. Fernando Escobar Páez, Rafael Lugo, Jorge Luis Cáceres y Eduardo Varas (entrevistados hasta el momento) son autores con un mundo propio, tanto en lo personal como en su oficio de escritor (¿pero acaso no es una sola cosa?); ellos no comparten rasgos en común, no demasiados, pero sí poseen cierta frescura en su prosa que nos motiva a hablar y escribir sobre ellos.
En el 2011, Eduardo Varas fue seleccionado por la Feria del libro de Guadalajara (México) como uno de los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana. Él fue uno de los tres “secretos” que se escogieron del país. Desde entonces, esta curiosa designación le ha marcado casi como espada de Damocles. De igual forma, la personalidad de Varas comparte adjetivo, mucho de lo que hace se mueve por el instinto de la curiosidad. Tal vez por eso se fue a Quito, tal vez por eso volvió de México silenciado literariamente, tal vez por eso cuando empezamos la entrevista lo primero que me comenta es sobre mi grabadora de voz, que es igual a una que él tuvo hace ya bastante tiempo.
¿Por qué te radicaste en Quito?
Me radiqué en Quito porque asumí en ese momento, hace seis años, que en este lugar me iba a poder aproximar a más temas literarios; me parecía que Guayaquil no me aportaba nada atractivo a ese nivel. Lo hice con un dinero que me gané de un concurso de cuento que se hizo en Guayaquil por la Sociedad Femenina de Cultura, que tiene un nombre pésimo, “Escritores del mañana” creo que se llamaba. Yo me gané también el fondo del año anterior a ese, que se había declarado desierto; me gané dos mil dólares, fue como ganar el acumulado del pozo. Con ese dinero dejé a mi familia y mi trabajo y me vine sin nada más a vivir en el sector de La Gasca, en una como buhardilla, allí escribí Los descosidos. Cuando terminé de escribirla fue cuando prácticamente se me estaba acabando el dinero, y ahí empecé a buscar trabajo.
A nivel personal, yo estuve casado en Guayaquil y me había separado, entonces decidí romper con la ciudad porque no resistía la idea de explicarle a todo el mundo lo que había pasado, así que simplemente decidí salir de todo eso.
¿Qué ves de malo en Guayaquil?
En ese tiempo yo no sentía que había una gran oferta de cosas . Tienes que ser parte de algo para acercarte al libro o a perspectivas literarias. Debías ser parte de un grupo o de un taller. Yo estuve en el taller de Miguel Donoso Pareja por dos años, lo cual en parte también fue bueno para mí porque en el fondo ese taller era el momento de la semana en que yo podía sentarme a hablar de literatura con otra gente.
Hay un cierto acuerdo de que los que pasan por el taller de Donoso Pareja terminan siendo escritores, al menos quienes publican al final del taller el libro con su obra trabajada
No creo, pero el primer libro que yo saqué fue con el Banco Central, que auspiciaba el taller; luego cuando llego Correa se decidió que el banco no auspiciara nada cultural ni deportivo y se cambió la dinámica. No sé bien cómo sea el tema de que de los talleres salen escritores, sí hay gente que ha publicado pero muy pocos han pasado de un libro, me parece que la mayoría de quienes han salido del taller de Miguel se han quedado en uno solo. Hay excepciones notables como Gilda Holst.
Volvamos al tema de Guayaquil y tu traslado a Quito
Yo sentía que no tenía opción para nada mas, sentía que aquí en Quito por lo menos iba a encontrar mejores libros. No sé cómo esté ahora Guayaquil. En marzo de 2007 me vine, ya estando aquí me di cuenta de que no era tal como lo imaginaba. Pasé de la escasa oferta al exceso de cierta oferta. Tiendo a pensar que quienes nacimos y crecimos en los puertos somos mucho más prácticos, Quito es una ciudad más burocrática, y yo lo noté inmediatamente con ese exceso de discusión que se puede ver mucho hoy con la retórica oficialista, un exceso de discusiones sobre ciertos temas cuando en la práctica pueden ser resueltos de una manera mucho más rápida. Yo me harté de eso al mes de estar acá, yo iba a cosas, a encuentros, fui durante un mes, luego dije: por dios, estos manes no llegan a ningún lado. No sé si el hecho de ser práctico me convirtió en reacio a experimentar ciertas dinámicas de acá. Creo que eso fue un estancamiento de cuatro años, a mí ya no me interesó nada literario estando acá. Y eso que aquí estaba la oferta. Seguía leyendo pero escribir ya no me importaba. Había escrito una novela y la había enviado a unas editoriales, entre ellas Alfaguara, ellos me respondieron al año diciéndome que la querían publicar. No me había vuelto a sentar a escribir hasta este último año, cuando ya sentí que Quito a nivel cultural no era ningún fantasma encima mío.
¿Cómo ves ahora a tus primeros libros?
No los he vuelto a leer. Me daría mucha urticaria leerlos nuevamente. Ahora soy mucho más crítico de lo que escribo. Siempre he sido así, escribo mucho y corto mucho más pero en ese tiempo no sé si cortaba mucho, creo que muy poco. Creo que estuvieron bien para su momento. Es como lo que sucede con un libro no publicado, si no sale en su momento ya pierde vigencia y ya no te importa, que es lo que me pasa con el libro de cuentos que tengo terminado y aún no encuentra editorial, ya no me importa si sale o no. Igual me pasa con los libros publicados, no doy muchas vueltas alrededor de eso. Sé que hay muchas cosas que pude haber mejorado en la novela pero ya estuvo. Si hay alguna edición no corregiría nada. Ya pasó. No pienso leerlos y no pienso en ellos para nada.
¿Qué has aprendido de tus primeras incursiones en la escritura?
Aprendí muchísimo del proceso editorial ecuatoriano. Me publicó un organismo del Estado y una editorial privada, entonces tengo esas dos versiones de cómo es el proceso acá. No reniego de las publicaciones, simplemente no las leo y paso a la siguiente hoja. Los descosidos significó que yo pueda ir a la feria del libro de Guadalajara; de todas las opciones que se barajaron para los tres elegidos de Ecuador, yo era el único que tenía referencias externas: hubo medios que hablaron de la novela, muchos posts en blogs, análisis, etcétera. Eso me permitió ir, quizás, porque del resto fueron sus propias referencias en la web las que se utilizaron para valorar su obra. A mí me publicó un sello grande como Alfaguara…
Pero la distribución fue solo dentro de Ecuador
Se distribuyó también en México durante la feria de Guadalajara. Yo no tengo mucho problema con eso, siempre supe que la distribución era nacional, no iba a sentirme mal por eso. En ese tiempo yo pensaba que no debía invertir nada de dinero para publicar algo mío, todavía lo pienso y ahora con el libro electrónico hay más posibilidades para hacerlo de esa manera. En todo caso, está bien que se publique acá, nunca me pareció un problema.
¿Cómo empiezas a escribir una novela o un relato?
Tengo una dinámica que parte del empuje de una cierta imagen en mi mente, que no tiene ningún tipo de relación narrativa con nada, solo es algo que me empuja a escribir. En Los descosidos, la imagen que me llevó a escribir la novela fue algo que vi en una película y que quedó dando vueltas en mí. Estoy escribiendo ahora algo que empecé hace tres años pero lo retomé recién, y ya encontré algo que va más allá de la imagen. Pero siempre es un impulso, y si sobrevive en el tiempo es que me siento a escribirlo. Ahora estoy reescribiendo el primer capítulo, no sigo un esquema, soy medio caótico para escribir y me gusta.
¿Te obligas a escribir cierta cantidad de palabras al día?
Sí, soy muy disciplinado en eso. Mínimo escribo dos páginas por día, máximo cuatro. No me paso de ese número a menos que no tenga sueño, o qué se yo. No tengo un horario, ahora por ejemplo terminamos esta entrevista y me regreso a escribir. Me toca dosificar todo por asuntos laborales y por premura de entrega de trabajos. Quizás por la mañana es el momento en que estoy más lúcido para muchas cosas, en las noches es mucho más difícil para mí, pero lo hago. Tengo una obsesión con la oración, voy una por una y luego borro y borro.
James Ellroy decía que escribe pensando en sumar oraciones, pero no cualquiera sino que sean contundentes, como golpes. ¿Piensas que así funciona tu obsesión por las oraciones?
Es una buena idea la de Ellroy. Yo voy de oración en oración, y a veces necesito que una de ellas sea mala, porque no me queda más remedio que describir. Para mí la descripción es lo peor de la narrativa, primero porque entorpece la acción y luego porque te obliga a caer en esos tiempos muertos en los cuales el lenguaje se te puede salir de las manos, pero es inevitable. Preferiría no hacerlo pero tuve un encuentro amoroso con la descripción a través de Jonathan Franzen, porque él consigue describir (obviamente abriendo paréntesis en narrar) manteniendo cierta atmósfera y me parece genial. Lucho porque mis descripciones sean eso, odio eso de “eran las cinco de la tarde y fulano de tal…”, es lo peor que le puede pasar a la narrativa. En la actualidad hay muchas obras llenas de eso, hace poco hice el ejercicio de leer las primeras líneas de varias novelas recientes y me dije que no leería eso nunca. Ahora creo que estamos dejando de lado la descripción, y aunque la odie tal vez por eso me está tomando mucho más tiempo escribir esta novela.
Si no cumples tu límite, ¿cómo te sientes?
Siento que el día no ha valido la pena. Primero porque hacerlo me da la certeza de que voy avanzando. Me exijo, aunque no parezca, y creo que es fundamental; si no, no funciona. Es un proceso inconsciente de resistencia.
¿Te importa el lugar donde escribes?
No. Tenía un estudio y eso no me dejaba escribir. Yo no creo que tengas que estar despegado del mundo. A veces pongo un disco y dejo que se repita, ayer creo que puse el último de David Bowie, lo escuché unas tres veces. Ahora en el departamento donde vivo tengo un lugar debajo de la escalera donde puse mi escritorio, creo que no he encontrado mejor lugar para escribir. El lugar te dice mucho, la comodidad te ayuda.
¿No crees que la música interfiera en lo que escribes?
No creo, nunca me ha importado mucho lo que dicen las canciones. Soy consciente de que hay cierta cadencia, cierta musicalidad en lo que escribo, entonces no me preocupa mucho que se filtre algo de lo que escucho porque sé que en el fondo ya hay un ritmo allí, uno propio. A nivel de temas no creo. La música me relaja y eso me ayuda mucho. Mientras escribo me desconecto de internet, eso sí creo que es necesario, más que otra cosa.
¿Qué pasa cuando terminas de escribir?
No lo sé. Creo que esa es la mejor respuesta. Lo primero que pienso es que no está bien, que debo destruirlo. Mi mujer a veces se encarga de que sobrevivan algunas cosas, o me da lecturas de eso. Y yo pienso qué diantres voy a hacer con eso. No me siento abatido, ni devastado, ni feliz.
¿Quiénes son tus padres literarios?
Creo que se da por etapas. Este último año he leído a muchos escritores norteamericanos: William Faulkner, Philip Roth, Jonathan Safran Foer, Jonathan Franzen. Si me pongo más serio para responderte te diré que parto desde Vargas Llosa, por un tema de la infancia: porque lo primero que leí en serio, a los 9 años, fue La ciudad y los perros. No entendí nada pero supe que había algo importante en ese acto de leer y sentir algo con eso. Me pasó algo igual con Antonin Artaud. De ahí, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, todas esas etapas necesarias. En mi canon casi no hay europeos, y creo que hablo principalmente de los franceses, creo que hay mucha solemnidad allí que nosotros la hemos asimilado demasiado. También están en mi canon Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán, los escritores pop por excelencia. Fresán es el nerd pop; y Bolaño es el malandro pop, el tipo que salió a la esquina con un cuchillo a robarte. En cambio Fresán es el que se quedó en su casa a ver Star Wars en betamax, o algo así. Me encanta cómo los dos consiguen rescatar todo lo que ha sido parte del ADN de nosotros por los últimos cincuenta años y convertirlo en la esencia de su obra. Chuck Palahniuk también me encanta, no escribiría nunca nada como él pero me encanta. También David Foster Wallace, quien comparte con Franzen una relación similar a la de Bolaño con Fresán, uno es el nerd y el otro el asesino; de ahí puedes trazar las similitudes, el asesino ya sabemos quién es.
Dime algún libro que te gustaría estar leyendo ahora
2666. Por curiosidad, nada más. Tengo sentimientos encontrados sobre las novelas póstumas de Bolaño. No creo que haya escrito maravillas todo el tiempo.
¿Leíste mucho en tu niñez?
Lo que yo hacía era ir a la casa de los vecinos a leer, de allí sacaba cuentos y leía todo el tiempo. Oscar Wilde era mi autor favorito de esa época. Leía lo que me llegaba. La lectura, para mí, pasa por el lado de sentirme bien haciéndolo; siempre fue así.
¿Qué significó para ti ser considerado uno de los secretos mejor guardados de Latinoamérica?
En ese momento no me significó nada más que el hecho de que podía ser la puerta para encontrar un sentido o un empuje para seguir escribiendo. Fue como una coincidencia. Estando allá significó conocer a mucha gente, a grandes amigos de ahora, y grandes escritores. Acá sentía que detrás de la literatura no había gente que valga la pena. Allá estuve junto a Fabián Casas, que para mí se lo debería ver al mismo nivel que a Bolaño, pero estuvo como otro más de los “secretos”. Luego me tocó desembarazarme de toda la exposición que tuve allá, de la sensación de que hay muchas miradas sobre mí y que no iba a poder escribir más después de eso. Me costó salir. A mí me agarró muy fuerte ese golpe al ego, por eso me dediqué tanto al tema del cine y el blog de crítica.
¿Sigues siendo un secreto bien guardado?
Ni en broma, no. Ni siquiera me aproveché de la experiencia sino que quería sacarla de mí. Probablemente haya gente acá que escriba mejor. Ya fue hace dos años. Piensa que hace dos años teníamos otro papa, y estaba vivo Chávez. Ya no importa.
No has publicado desde el 2010, ¿qué has hecho en este tiempo?
Quería salir de esa idea de que hay mucha gente esperando algo de mí. Me casé. Me he dedicado a escribir guiones. Traté de alejarme de lo literario pero me mantuve en cuestiones narrativas, de contar. Allí entra lo del blog de cine.
¿Te consideras un escritor a secas?
Como alguien que hace muchas cosas y escribe. Me interesa la gente que consigue hacer varias cosas en diferentes formatos, y yo me veo haciendo eso, guiones, música, dibujos.
¿Qué temas circulan en tu obra ahora?
Está la culpa allí, creo que ese es el tema clave en el tiempo que vivimos. No te puedo decir de qué va, pero te puedo decir que trabaja con la culpa de manera mucho más directa que Los descosidos. Hay mucho humor y también terror. Estoy consiguiendo englobar todo, espero que me salga. Aquí te estoy dando la clave de lectura de muchas cosas que he hecho.
¿De dónde sacas dinero para vivir?
De milagros. Vivo de escribir. Con mi esposa tenemos esta agencia de contenidos que se llama La línea negra y damos talleres. Dimos La clínica del cuento, sobre escritura; El ojo en el fotograma, de apreciación cinematográfica. Escribo en varios medios, en revistas locales, en un blog alemán que se llama Future Challenges. Recién con mi esposa empezamos una colaboración con el diario The Guardian. Estoy haciendo un guion para una serie web y otros para una serie de televisión. Todo el día estoy escribiendo, y en los espacios que me quedan, escribo la novela. A veces no sé cómo voy a pagar la renta a fin de mes. Es un riesgo pero lo pienso correr al menos hasta que termine la novela, aunque llevo años sin un trabajo fijo.
¿Quién te lee primero?
Mi mujer. Hay lecturas progresivas, porque tengo curiosidad saber cómo toma ciertas cosas que voy escribiendo.
¿Crees que hay una generación de escritores en la que estás?
No creo. Ya no existen las generaciones literarias. No sé si hubo alguna vez pero como gestión de marketing ya no funcionan. En Estados Unidos funciona muy bien eso, Bret Easton Ellis estuvo en el Brat Pack, por ejemplo. Me parece que las obsesiones del escritor tienen que ser individuales, o no funcionan. No creo que por el simple uso de referentes podamos construir la idea de una generación. Yo no me identifico para nada con el realismo sucio que se está haciendo en el país, o con ese barroco innecesario que usan mucho los escritores de acá, todo es tan ornamentado que se me vuelve muerto.
¿Crees que hay una literatura del correísmo?
Aquí no podemos hablar de eso porque a la gente no le importa. Lo cual nos salva de otra etiqueta más. Nosotros recién tenemos seis años afectados por la política, no podemos reflexionar sobre eso todavía. Quizás la creación del Ministerio de Cultura haya definido muchas de las dinámicas actuales pero todo lo que se ha hecho no ha aumentado los lectores, seguimos leyendo dos libros por año. La presencia de Ecuador en ferias, sin embargo, es un espacio de posicionamiento político: es el presidente el que va a presentar su libro.///MATAVILELA