El niño monstruo

POR CAROLINA ANDRADE

En el programa de The Hollywood Reporter que reunió, nada más ni nada menos, a Jennifer Lawrence, Helen Mirren, Charlotte Rampling, Kate Winslet, Carey Mulligan, Brie Larson, Cate Blanchett y Jane Fonda, le preguntaron a Larson cuántas veces había visto la película que ella protagoniza, Room (dirigida por Lenny Abrahamson), y dijo que cuatro pero que quería verla más veces. Jane Fonda le preguntó por qué y la joven actriz contestó: «because it means so much more than my little brain could comprehend when I was making it». Ciertamente, la película permite muchas interpretaciones y aquí estoy yo, con my little brain, intentando articular una de ellas.

Room es la historia de una joven mujer que ha permanecido secuestrada por siete años y ha sido violada continuamente. Fruto de estos abusos sexuales es un hijo que, para el momento de la narración, cumple los cinco años de edad. Su captor es el vecino corriente de un barrio residencial que ha adecuado una habitación en la parte trasera de su casa donde sus secuestrados permanecen encerrados. ¿Les trae algún recuerdo la historia? Es lo más probable, en años recientes se dieron a conocer múltiples casos similares, tal vez los más mediáticos fueron el de Ariel Castro, en Ohio, Estados Unidos, que tuvo secuestradas a tres mujeres durante diez años (una de ellas tuvo un hijo) y el del «Monstruo de Amstetten», el austriaco que tuvo secuestrada a su propia hija durante 24 años y tuvo siete hijos-nietos con ella. Pero Room no sigue la organización narrativa del periodismo sensacionalista. Poco o nada sabemos del secuestrador, no se abunda en la representación de las violaciones, al filme no le interesa informar sobre los motivos ni el modus operandi del crimen, ni está en la obligación de proteger la identidad de las víctimas. Room se focaliza en Ma (Brie Larson), la mujer secuestrada, y Jack (Jacob Tremblay) el hijo concebido en cautiverio. A ratos, la narración descansa totalmente en Jack: su voz en off nos introduce en el relato y las numerosas cámaras subjetivas que se dan en el film representan siempre su mirada. La película logra que la perspectiva sea verosímil; sin embargo, para los espectadores, adoptar ese punto de vista resulta exigente, perturbador y desafiante.

Esta película se vendió como una historia donde «love has no boundaries» («el amor no tiene límites)», y con ello cubrió al gran número de consumidores que no quieren que les muevan el piso: el amor de madre lo puede todo y ya, todos contentos, momento Kodak, tarjetita Hallmark. No es que no haya amor, pero…
Jack no tiene contacto con el mundo. Jack no tiene padre. Es encerrado en un closet para que no tenga contacto con él. Jack es hijo de una violación y su madre dice que «es solo de ella». El niño duerme con su madre y toma leche de su pecho. Jack es confundido con una niña. Jack es un ser que no ha sido pensado por la ley, ¿cuál es su situación legal? Jack es un problema para la medicina: el médico dice que menos mal que está en una edad de enorme plasticidad (puede ser «corregido»), a lo que Jack reacciona diciendo que él no es de plástico. Jack no tiene lugar en la norma moral: es repulsivo para su abuelo, quien ni siquiera puede verlo. Diría Foucault de Jack-monstruo: «combina lo imposible y lo prohibido». Así que estamos ante una película que es narrada por un monstruo o, por lo menos, otra vez Foucault, por un anormal (pálido monstruo contemporáneo). La novedad de la película es que logra que sintamos compasión, empatía y admiración por él.

¿Quién hace de Dr. Frankenstein? La respuesta es Ma. Ya no se trata del soberbio científico decimonónico que arma una criatura para sentirse Dios, sino de una frágil (¿?) y joven mujer que en total estado de abyección concibe un hijo y con enormes sacrificios propicia que esa vida se desarrolle para que, llegado el momento, sea ese ser quien la salve. Crear al monstruo no es un acto de soberbia premeditado, recordemos cómo se sorprende Ma cuando la reportera le pregunta, tal vez en el momento más despiadado de toda la película, por qué no tuvo el gesto generoso de desprenderse de su hijo recién nacido. Tampoco es gratuito señalar que el personaje no es la madre de extrema abnegación que vive en nuestro imaginario: la joven pone a Jack en riesgo enorme en su ingenuo plan de huida. Jack la salva durante el cautiverio, dándole una razón por la cual levantarse cada día; la salva cuando escapa; la salva cuando ella intenta suicidarse; la salva cuando le pide regresar a la habitación y le pide que se despida, de una vez por todas, de ese lugar: no hay habitación si las puertas ya están abiertas.

¿Y qué hacen estos seres cuando obtienen la libertad? Mucho más complicada es la adaptación de Ma, que no se reencuentra, imposible hacerlo, con el mundo que perdió por su secuestro y que debe soltar a Jack. Para el niño, estar fuera de la habitación no hace sino repotenciar sus oportunidades en múltiples escenarios para su vida futura.

Dice Foucault que el monstruo es «el principio de inteligibilidad de todas las formas de anomalía». Me parece que esta película y su monstruo dan cuenta de que en el discurso dominante, en nuestro sistema de ideas, todavía se escatiman espacios a una serie de conductas y versiones de seres humanos pero, ciertamente, habla de una evolución, de la enorme distancia que separa a Mary Shelley (autora de Frankenstein) y Emma Donaghue (autora de la novela original y guionista de Room): ambas literaturizan distintos momentos históricos y distintos miedos. Nuestros monstruos contemporáneos no tienen, necesariamente, que matar ni morir, y bien podrían, con un poco de femenina compasión en sus vidas, y llegado el momento, salvarnos.

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