«El mérito de la crónica es romper el mito de la objetividad periodística»

Nacido y criado en la pampa húmeda argentina, Diego Fonseca es uno de los puntos de referencia del periodismo latinoamericano. Ha editado las antologías Crecer a golpes: Crónicas y ensayos a cuarenta años de Allende y Pinochet y, junto a Aileen El-Kadi, Sam no es mi tío: veinticuatro crónicas migrantes y un sueño americano. Es editor de la revista Etiqueta Negra y colabora frecuentemente para diversos medios internacionales.
Fonseca visitó recientemente Ecuador para dar varios talleres en torno a la crónica, y en Matavilela aprovechamos la ocasión para entrevistarlo sobre este manido tema y establecer ciertos puntos de interés que permitan una discusión actual y necesaria.
Dejando de lado el tópico de que no se puede enseñar a escribir, ¿qué sería, según tu experiencia, lo que se puede aprender en un taller y qué lo que es exclusivo del talento?
Se aprende orden, planificación, técnica. Es como entrenar al fútbol: puedes tener talento natural, pero debes mejorarlo. Un taller te permite revisar tu experiencia a la luz de otras experiencias. Si escribir es en una gran medida un ejercicio de copia, repetición, robo, reedición, si crear un estilo propio es masticarse mil otros estilos, pues en un taller, con un buen tallerista, puedes hasta encontrar tu propio modo de narrar. Nada se resuelve de una sola vez, de todos modos.
Es un riesgo intentar definir qué queda para el talento. Muy a menudo, la primera respuesta que tengo es: quién sabe. A veces creo que es una paradoja: el talento como el choque eléctrico de una epifanía permanente. O sea, ves, detectas algo, y tienes la capacidad de mantener el zeitgeist hasta, tal vez, agotar un tema. Maya Angelou decía que entendemos el talento tanto como entendemos la electricidad.
Si se afirma que hay una disminución en el interés por el periodismo tradicional y los diarios impresos, ¿cuál es el lugar y el soporte ideal para la crónica hoy? ¿No se opone su forma al modo de lectura en Internet?
Internet —o la disponibilidad de información 24/7 y al instante en múltiples plataformas— nos mete en una realidad líquida —si sigo con Angelou, en una corriente continua. Nada, diría Bauman, parece cristalizar que ya cambió. Todos necesitamos certidumbres, y eso significa que en algún momento es preciso poner un freno a la rueda para pensar con detenimiento: ahí tienes al largo formato para eso. Ordena, da profundidad, estructura ideas dispersas alrededor de un tema. Te da, si quieres, una pequeña enciclopedia. No sé si todos los días se puedan leer tres o cuatro o diez textos extensos, pero estoy seguro de que al menos un par de veces a la semana es importante.
Parece que la crónica —prefiero hablar de largo formato— tiene un lugar conquistado en las revistas, en los libros y, en alguna medida, en publicaciones electrónicas. No sé si sean las definitivas. Está claro que el largo formato precisa espacio, por su extensión. Las revistas suelen pedir textos de hasta 3.000 o 4.000 palabras; para los libros yo suelo encargar alrededor de lo mismo o un poco más —hay excepciones: si el tema está escrito de manera brillante, no me fijo límites de extensión. En internet tienes la posibilidad de escribir cuanto desees pero el desafío de mantener el interés es mayor: la pantalla llama a abrir más ventanas y saltar de una a otra; el papel siempre implica un instante de privacidad, aun es el palo en la rueda del movimiento perpetuo.

La crónica está evidentemente ligada al autor y su voz. ¿Cómo define y en qué ayuda la imposición de una subjetividad al género de la crónica? Pienso en Sam no es mi tío y en Crecer a golpes, que atraen lectores por la lista de autores, más que por el género.
El mérito de la crónica, que no es nuevo, es hacer visible la subjetividad, romper con el mito de la objetividad periodística. Martín Caparrós suele decir que incluso los textos en tercera persona se escriben desde el yo, y estoy de acuerdo. La realidad es una representación que, como tal, construimos en base a nuestros prejuicios, elecciones. No somos un producto de laboratorio sino hijos de la circunstancia. Sin necesidad de ser estructuralista, está claro que no hay una verdad sino verdades, puntos de vista, en complementación, suplementación, competencia. La historia es un punto de vista, por lo que la subjetividad le es inherente. No se trata, de todos modos, de que los textos sean un soliloquio pretenciosamente literario sino que se escribe en base a una historia que existe detrás, una colección de hechos y acciones, un proceso. La subjetividad incide en ese proceso, incluso en la selección de dónde pongo el foco, qué miraré y qué dejaré fuera, de qué modo la historia genera el mayor impacto posible en un lector.
¿Qué es lo que debe predominar, el elemento periodístico, el estilo o la forma? Es decir, ¿puede haber una crónica de una visita al supermercado? Y al revés: ¿sin estilo o forma no sería solo una noticia?
Puede haber una crónica de una visita al supermercado pero no debe ser una crónica de una visita al supermercado: por la exposición de hechos y escenas, por mi propio punto de vista —explícito o implícito—, debe ser una evocación, remitir a algo más. Para mí, toda historia ha de ser una expresión de los temas universales que nos identifican a todos, tácita o no: amor, odio, poder, envidia, vanidad y sigue la lista.
La forma trabaja sobre el elemento noticioso, lo eleva. Pero no hay crónica sin historia. Quien escribe un soliloquio estilista no tiene una crónica, tiene una colección de firuletes. Una crónica no es una acrobacia lingüística para el lucimiento personal: eso es un castillo en el aire. Una crónica debe tener piernas que le permitan caminar, y eso sólo lo da una buena historia periodística.
¿Cómo ves la situación actual del periodismo en general y de la crónica en particular? ¿Hacia dónde va o debería ir?
Como decía antes, los periodistas son necesarios: ordenan la discusión en el río que es la omnipresencia de información simultánea. Pero eso, en alguna medida, es un tanto axiológico. La ontología del mercado de medios dice que pocas empresas periodísticas en América Latina diseñan un plan de carrera para sus periodistas. No invierten demasiado en la creación de referencias o marcas. Eso queda librado a la improvisación o a la ambición y, claro que sí, al talento de cada autor. No sé si cambie en el corto plazo.
Sobre la crónica, hay gente que insiste en preguntar por el boom, que no es realista: un boom precisa de condiciones de sostenibilidad que la crónica no posee. No sé si decir “aún no posee” o, llanamente, “no posee”. Quiero decir, su público es creciente pero no diría que es popular y las condiciones de sustentabilidad económica son limitadas, tanto para los escritores como para muchos medios, en especial pequeños o nuevos. La mayoría de los medios paga mal, poco y tarde. Escribir largo formato es una decisión profesional, en el fondo en extremo personal, cuya dedicación, aun en el caso de las historias mejor remuneradas, nunca se paga completamente con dinero. Puedes vivir de la crónica en sentido lato —das clases y talleres, das conferencias, escribes y te pagan por ello, publicas libros— pero es raro que puedas dedicar tres meses a un texto y te paguen por esos tres meses en que juegas a ser buzo de profundidad. Esto no significa dar la excusa precisa a los medios que no desean pagar más sino todo lo contrario. Un periodista bien pago puede dedicarse a trabajar un tema en profundidad de manera más intensa a que si tiene que escribir tres o cuatro textos en un mes para pagar la renta.
He escuchado muchas veces, en especial entre las editoriales que publican libros, que la crónica no vende más porque es asunto de mercado; falta de lectores, me han dicho. Algo así como mucho ruido y pocas nueces. No lo sé. Vengo del periodismo económico y si algo he visto es que los nichos se crean y las condiciones de comercialización cambian. En el caso de las editoriales, no veo que piensen creativamente. Están más en el proceso de consolidación, que les otorgue mayor cuota de mercado, que en la innovación de procesos. En cuanto a los medios, tal vez el problema radique en la planificación, que ha quedado presa, de algún modo, del mismo problema de las editoriales, el apego a un modelo de negocio antiguo, sobrepasado por las nuevas condiciones de producción. Quizá los directores comerciales y los gerentes precisan hacer un MBA o asistir a discusiones sobre nuevas estrategias de financiamiento. Lo que veo es que los medios, en general, y al menos en América Latina, planean sus pautas todavía en base a la captación de publicidad o las alianzas comerciales. Sus principales fuentes de financiamiento son las empresas o los gobiernos, cuando debieran explorar nuevas iniciativas, con modelos más flexibles de producción, incluso.
Finalmente, el futuro de la crónica. Primera respuesta: qué se yo. Luego, todo movimiento genera las condiciones para su destrucción, tiene un periodo de auge y uno de decadencia; pero todo movimiento, también, tiene la capacidad de mutar. No sé en qué punto estamos, pero espero que sea el de una nueva transformación. Si, por definición, lo que llamamos crónica es un mejunje mutante con límites difíciles de establecer, entonces me resulta raro decir qué es lo que morirá y qué sobrevivirá o en qué se convertirá. Juan Villoro habla del ornitorrinco, y si aceptamos eso, entonces la crónica es un producto evolutivo con cierta capacidad de regenerarse. Y a diferencia de cualquier animal, como es una creación cultural, puede mutar en algo más mientras haya periodistas y escritores capaces de pensar. En qué, no sé. Pero si me remito a la historia antigua, llevamos más de quinientos años del género en la región, desde los primeros cronistas de Indias, y si ampliamos la mirada, veremos que la humanidad narra desde siempre: las sagas islandesas; los folktalesdel África occidental, centroeuropeas o del Japón; los mitos. Tal vez cambie el soporte, pero no dejaremos de contar historias.

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