Hoy llegaste debajo
de la lluvia. Al abrir
la puerta
nos dimos un beso.
Te preparé un té.
Sentados en la mesa
éramos amigos.
El carro en el que fuimos
al pasado (ese lugar
sin tiendas) donde
vive la gente más linda
que conozco, nos arregló
la mirada cómplice,
adornó de algo lo que era
exactamente igual
antes del viaje. Entonces
comprendo que viajar
con alguien, sin importar
lo breve del camino,
tiene dos alternativas:
una que une y otra
que desata.
Sé que tardará un poco en llegarte,
pero parece un buen remedio
para la impaciencia.
Hacía mucho que no escribía a mano.
Seré breve.
El futuro es pensar como se escribe,
y aunque no lo parezca,
hemos ido juntos
adonde me ha llevado la palabra.
Han pasado cosas rotas
como si la suerte fuese un error
que nos cae en la cabeza.
No hablo de accidentes.
Hablo de que ayer era otra
que decoraba una casa en un sótano
con imágenes de época
(la decoraba con mi
fijación a las revistas).
Tengo una abuela que muere
y tampoco me refiero a eso,
pero entro en la ducha
y me imagino el poema fúnebre
escrito desde siempre.
Sé que la belleza muere
y mientras muere se deshace
como el error de un pájaro que cae.
Tendrás un pez
que morirá de olvido.
Te dirá que la paciencia
es una nube de burbujas,
esperarnos como en un arrozal
que se seca,
sobreviviendo
con poquito oxígeno,
cada uno en su burbuja,
con la esperanza del monzón.
Hoy mientras hablaba con María
noté que una antigua
cicatriz que tengo desde niña
en mi dedo pulgar izquierdo
se enrojecía nuevamente.
He querido ignorarla
aunque cada vez la herida
retrocede en el tiempo
y parece haber ocurrido hace poco.
Tendría trece, catorce o quince
y me hice una herida con el filo
de una lata de reservas.
Algo tan nimio y mal sanado,
pensé. Hasta ha vuelto el ardor
de la piel regenerada y frágil.
Le dije a María lo que había ocurrido.
Ella abrió los ojos,
se puso la mano en la frente
y buscó en su cuerpo alguna cicatriz
de regreso a su infancia,
o una infancia de regreso en la cicatriz,
por si había sido el momento
de reconocer la herida común
en los caparazones,
por si era que al unísono dijimos
algo que nos regresó en el tiempo
como si la herida hubiera oído
y se hubiera quebrado de callar,
como si las cicatrices hubieran
dado el grito de guerra, despertad,
cicatrices del mundo, doled.
Fotografía de José R. Madera |