El arte nuevo, libre, moderno y de rupturas, tiene su origen en la autenticidad y el rechazo de los estilos predecesores. Desde el siglo XIX se acrecentó el interés por el espacio y la interacción de los artistas con la ciudad y la recreación ficticia de las relaciones interpersonales, las instituciones artísticas y las ideas colectivas. En “La condición Postmoderna”, Jean François Lyotard se enfoca en definir al arte nuevo como un movimiento que busca recrear el lenguaje de las máquinas, pues la industrialización ha intervenido en los procesos socio-culturales y el entramado social requiere nuevas esferas para su desarrollo y por ende nuevos códigos que utilicen referentes del pasado para expresar la caída de los paradigmas de las generaciones que pretendieron revolucionar el arte. Esto surge como resultado del acercamiento entre el arte y la tecnología y la influencia de los medios audiovisuales como punto de interacción: “Es razonable pensar que la multiplicación de las máquinas de información afecta y afectará a la circulación de los conocimientos tanto como lo ha hecho el desarrollo de los medios de circulación de hombres primero (transporte), de sonidos e imágenes después (media)” (Lyotard, 1987).
Por su parte, Peter Burger se centra en la negación de los patrones artísticos utilizados comúnmente para definir al contradictorio y auténtico “art nouveau”, y va más allá, ya que estas obras de vanguardia busca un progreso histórico lineal y niegan la subordinación de las partes a un todo; basándose en la consolidación del poder político dentro de una sociedad burguesa buscando el beneficio de la forma. De esta manera, la vanguardia y el arte nuevo son utilizados como una autocrítica: un ataque desde el sistema artístico a los productos generados y a los conceptos sobre los cuales se define y construye el arte. Este arte se basa en principios revolucionarios y toma a Marx como ejemplo para la autocrítica del presente y la omisión de comportamientos que acepten el sistema feudal del pasado como algo positivo, así como las instituciones de poder: la iglesia y la burguesía. Como ejemplo, Burger cita al dadaísmo y su propuesta: “El dadaísmo, el más radical de los movimientos europeos, ya no critica las tendencias artísticas precedentes sino la institución arte tal y como se ha formado en la sociedad burguesa. Con el concepto de institución arte me refiero aquí tanto al aparato de producción y distribución del arte como a las ideas que sobre el arte dominan en una época dada”. (Burger, 1987).
Gerardo Mosquera, crítico y curador de arte explora el arte nuevo como un medio de autentificación cultural en América Latina en el cual se señalan las características del arte subalterno y post-colonial en general. La dinámica cultural se ve desprovista de un estudio que reúna las múltiples lecturas de la identidad latinoamericana y en vista de ello, Mosquera estudia el folklorismo nacionalista y el uso de los grupos de poder para reforzar la idea de heterogeneidad total que se tiene de América Latina desde la “otredad” donde es ubicada para los referentes europeos. El arte nuevo, puede ser definido desde distintas aristas y desde sus múltiples estéticas. En la antología: “Del pop al post” se encuentra el texto de Gregory Battcock, quien se inclina por tomar como ejemplo al arte conceptual como referente de una respuesta artística enfocada en contradecir los aspectos comerciales y las orientaciones estéticas tradicionales usando las peculiaridades de sus elementos ya sea en land-art o en prácticas performáticas porque intervenían considerando “la actividad artística en un contexto más amplio de preocupaciones sociales, ecológicas e intelectuales, por oposición a la producción de objetos diseñados según criterios firmemente establecidos” (Battcock, 1993).
Lyotard no se aleja de esta visión y se explaya en destacar la intervención de objetos cotidianos con el fin de usar el arte en todo su poder comunicacional y haciendo valer los discursos como base de la forma, donde el todo y la técnica se ven subyugados a una idea principal, motivo del artista y condicionante que logrará que la obra se complete al ser colocada en un espacio que conecte al ciudadano común con el ejecutor de la obra, o el creador de la pieza artística.
A partir de estos criterios podemos asumir que todos coindicen en la reivindicación de la ruptura con el pasado socio-político de la institución artística y la intención de los artistas de vanguardia en presentar el arte nuevo como un medio de vinculación del ser humano con la ciudad, con los espacios urbanos, sub-alternos, con la apropiación del yo y del cuerpo como un real medio de expresión. Las prácticas sociales son llevadas a un plano de exposición que busca cuestionar al público, sobretodo al colectivo que no posee conocimientos profundos acerca del arte como tal, un grupo humano que se aleja de la Academia y de las esferas con acceso al conocimiento de alto nivel y a los símbolos de status. Ya sean europeos, norteamericanos o latinoamericanos, los artistas buscan las raíces culturales para empoderar a las masas de conocimiento a través de la sátira y del cambio de sentido que se otorga a los productos que a través del mercantilismo se vuelven cotidianos y se valen de los kitsch y de la manufactura de bajo precio para servir a la industria y a los media en la construcción de una sociedad que se desvincula de lo real para asumir el desarrollo como objetivo principal y sumergir al ser humano en una hecatombe simbólica y publicitaria.
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Battcock, G. (1993). La idea como arte. En G. Mosquera, Del Pop al Post. Habana: Editorial Arte y Literatura.
Burger, M. (1987). Teoría de la vanguardia. Madrid: Península.
Lyotard, J. F. (1987). La condición post-moderna. Madrid: Ediciones Cátedra.