De ida y de vuelta: el viaje de Llewyn Davis hacia sí mismo

 
The roads like dreaming
It’s worth its wait in gold
And I’m a dreamer
My soul will not be sold
Feet on the highway
And a head bound to the sun
Home’s where the heart is, and my heart is on the run
“Heart on the run”, Dave Van Ronk.
Play
Llewyn Davis es un cantautor que se aferra tanto a su música que no suelta la guitarra durante casi toda película, aunque no le sirve para mucho. Es solo un peso inútil, es la cruz de la que podría colgarse.
“Hang me, oh hang me, so I’ll be dead and gone…”, dice la canción que Llewyn (Oscar Isaac) interpreta en el Gaslight Café, buscando algo de reconocimiento, aporreando las adoloridas cuerdas que le dan forma a sus canciones de búsqueda y de pérdida.
“Inside Llewyn Davis” es el décimosexto filme de los cineastas estadounidenses Joel y Ethan Coen. Describe una semana en la vida de un cantante de folk de los 60 que busca hacerse un lugar en la escena musical de Greenwich Village, en New York, el mismo lugar donde nacieron íconos musicales de aquella década como Bob Dylan.
Pero esta no es esa historia. Esta es su imagen en negativo, con toda la estética de la tristeza: paisajes azulados, pasillos claustrofóbicos, frío, soledad y abandono.
A Llewyn apenas lo aplauden, su disco ha sido un fracaso en ventas, no tiene donde vivir, hacer lo que ama no le da dinero y se niega a intentar otra cosa porque no quiere ser de esas personas “normales”. Se aferra a esa especie de inexistencia y, al mismo tiempo, a vivir el cliché del artista existencial y renegado.
Él es su propio lado B. “I don’t see a lot of money here”, le dice un promotor artístico de Chicago, hasta donde llega con las manos en los bolsillos y sus zapatos empapados por el horrible invierno que atraviesa, literal y figurativamente.
Viaja kilómetros en auto, de aventón en aventón, para escuchar un “no”.

Forward
Llewyn Davis, el hombre sin estrella, se la pasa haciendo “couchsurfing” en departamentos de amigos y conocidos, y, por si fuera poco, pierde a Ulysses, el gato de los Gorfein.
Las notas de “Fare thee well, my honey. Fare thee well”, resuenan mientras el animal sale corriendo y la puerta del departamento se cierra de un porrazo, como una especie de despedida ante un viaje inesperado tanto de Llewyn como del felino, que al final parece ser una proyección extracorporal de ese desventurado hombre y su tragedia.
Recepcionista: Could I take a message?
Llewyn: Yeah, could you…? Could you just tell him, “Don’t worry, Llewyn has the cat”?
Recepcionista: “Llewyn is the cat.”
Llewyn: No, Llewyn “has” the cat. I’m Llewyn. I have his cat.
Ulises, la forma latina de Odiseo, es ese héroe de la mitología griega que emprende el viaje lleno de obstáculos, lotófagos y cíclopes, desde Troya hasta Ítaca, para volver a juntarse con su familia, de la que había estado separado por años.
Ulysses es el peludo leitmotiv cargado de una simbología que resume el viaje de Llewyn dentro de su propio ser, tratando de responderse una pregunta: “¿Soy realmente bueno para esto?”. 
Ese gato perdido, abandonado a momentos y finalmente de vuelta en su hogar, es el compañero transitorio de un hombre rechazado, incluso en su hombría.
“Everything you touch turns to shit. You’re like King Midas’s idiot brother”, le dice Jean (Carey Mulligan), una amiga y cantante a la que dejó embarazada. Y Diane, su exnovia, prefirió parir y criar a su hijo lejos de él.

Ulysses está castrado y Llewyn —de algún modo— también lo está.  
Loop
“Inside Llewyn Davis” es circular, un uróboros narrativo que comienza donde termina, aunque quizá no podríamos decir lo contrario tan firmemente. Se trata de una película de ciclos de dos en dos, de error —de ensayo y de error—, lo que también representa esa terquedad del protagonista por repetir y fracasar sobre el fracaso.
El cantante —de barba descuidada, ropa sucia y vieja y cabello alborotado— parece a ratos disfrutar del limbo de la incertidumbre, de la caída libre, y sentirse cómodo en su rol de hombre taciturno.
Esa despedida extraña al final de la película —pese a los puñetazos que la acompañan— conlleva una leve sonrisa y un suspiro de alivio cargado de algo así como esperanza, aunque Llewyn sea una especie de yonqui de la miseria.

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