POR ISIS CÓRDOBA
Cucarachas es una obra del dramaturgo ecuatoriano Cristian Cortez que ha sido puesta en escena por el grupo Teatro Ensayo Gestus. Esta obra muestra el lado tragicómico que viven los migrantes; se centra en las vicisitudes de tres personajes que intentan sobrevivir en un sótano de Nueva York, en la precariedad, desempleados, e intentando adaptarse a un medio hostil, con violencia urbana y leyes duras que los persiguen en el peor invierno que hayan vivido.
Edward Wright nos dice en su ensayo Para comprender el teatro actual que “en toda actuación teatral hay dos fuerzas opuestas, cada una de las cuales constituye una parte importante del goce o placer total del espectador: La simpatía y la distancia estética”. En Cucarachas, ambas fuerzas están presentes y en un constante vaivén; lo escénico y lo extra-escénico se relacionan en todo momento. De esta forma, logran que, por la empatía, el espectador, como sujeto activo, esté sujeto a la acción que se está representando y pueda llegar a sentirse parte de esa realidad problemática representada y, por distancia, adquiera plena conciencia de los efectos teatrales que se realizan.
Así, la musicalización de la obra incluye efectos sonoros que igualmente llevan al espectador a familiarizarse con lo que los personajes viven; por ejemplo, el viento frío se escucha cada vez que se abre la refrigeradora/puerta, y las canciones que cantan los personajes son una suerte de popurrí de música ecuatoriana. Y el público, de hecho, en este segmento cómico empieza a corear las canciones interpretadas por los tres personajes cuando ensayan el show que los llena de esperanza y los hace pensar en el éxito. Además, el público se identifica con las gigantografías del fondo, donde aparecen la Santa Narcisa de Jesús, el Niño Divino, Emelec y Barcelona, y la Rotonda. Esto les recuerda a Guayaquil, se sienten tocados y parte del problema social, económico y psicológico que viven los migrantes y que afecta al país. A la representación le agregan recursos multimedia donde se ven noticias devastadoras para los inmigrantes porque las leyes se endurecen cada vez más. Esta proyección también le da un tinte de realidad y de denuncia social.
Edward Wright habla de la empatía como la identificación intelectual; el sentimiento de compenetración, tanto física como emocional, de sí mismo con otra persona. Por tanto, este acercamiento de los espectadores hacia el fenómeno de la migración se da con fuerza porque es parte de una realidad nacional; pero también hay una compenetración con las tres historias personales de los actores que se dejan entrever en la obra. Se trata de historias muy íntimas que están tan bien manejadas por ellos que tocan y dejan huella en el espectador. Este fenómeno alcanza su clímax cuando, de las historias fragmentadas, emergen los flujos de conciencia de los personajes, sin linealidad ni un orden lógico, porque los recuerdos no tienen porqué tener un orden, y éstos son captados con luces de distintos colores como el rojo y el azul. El ritmo de los diálogos varía de acuerdo a su estado de ánimo, así también el volumen de su voz. Esto tiene el efecto de transmitir angustia, calma, desesperación, tristeza, coraje, etc, lo que viven los personajes.
Y cada uno de ellos permite sentir de distinta forma al espectador, y es que su construcción está muy bien planteada, porque no nos encontramos con simples personajes estereotipados de migrantes, sino que son algo más; y esa complejidad es captada por el público y sentida de distintas formas. Así, aparece Walter y la soledad que lleva siempre dentro y que se exterioriza en sus diálogos y se difunde en el ambiente. También se vislumbra su problemática familiar; no es aceptado por su sexualidad, su enfermedad y sus años de gloria que ya no podrán ser y los recuerdos de infancia donde trae a colación memorias de sucesos familiares, como cuando tuvo que cuidar a John, se cayó y recibió golpes por no haberlo cuidado bien, dejan una sensación de fracaso y amargura que se respira y una especie de compasión contamina el ánimo de los espectadores.
John, el hermano menor de Walter, también permite divisar sucesos de su vida, sus sueños y ambiciones; pero su tratamiento es distinto. Es un personaje que se siente abandonado, de alguna manera. Tiene la idea de no ser un hijo deseado por su familia; de ser un accidente. Él quiere vivir el sueño americano esto lo lleva a denunciar a su propio hermano. Cuando aparece en escena, los espectadores muestran signos de rechazo hacia su actitud; pequeñas exhalaciones de aire que demuestran asombro ante lo que ven y leves movimientos de cabeza, que van de izquierda a derecha, muestran desaprobación.
Billy, en cambio, se ha dejado convencer de John para ir a trabajar en EEUU. Es un personaje con un fuerte sentido familiar, quiere poder darle a su familia una mejor vida y deja ver sus miedos y debilidades cuando habla con su esposa y le pregunta si todavía lo quiere; con este personaje se siente mucha tristeza.
Pero el público también es sacado de este estado de empatía cada vez que la puesta en escena cambia a la vista de todos. El espectador ve cómo cambian de lugar objetos, como unos cubos que cumplen algunas funciones y son movidos, constantemente, por los personajes. Ellos los usan como asientos, para crear una especie de pedestal donde puedan subirse y practicar su show y también los utilizan como si fueran una cama y todo esto le recuerda a los espectadores otra vez que, en palabras de Wright, “lo que está viendo es una pieza teatral, una ilusión. La distancia estética significa que nos encontramos en una atmósfera más intelectual que nos permite evaluar y reconocer la obra del artista”. En este punto, por tanto, empieza la reflexión de la obra y aparecen preguntas como el qué nos quiere decir el dramaturgo y el porqué.
Presenciamos, por ejemplo, la transformación de la escenografía que, como el mundo de los personajes, va transmutando junto a ellos. La luz roja aparece cuando Walter habla indirectamente de su enfermedad (SIDA) y cuando se trasviste para imitar a María Felix; la azul, cuando los personajes se muestran deprimidos o derrotados y finalmente, el humo en la escena que nos lleva a ver la muerte de los tres. También existe una mutación en la interpretación de Walter cuando imita a María Felix y llega a exagerar sus gestos tanto que adquiere un tinte del teatro de lo absurdo.
Por otro lado, se empieza a reflexionar sobre los elementos de la puesta en escena. La refrigeradora, que es a la vez la puerta por donde los personajes entran y salen de escena, es un elemento que representa también el tremendo frío que se está viviendo en ese invierno y, para los que tengan como referente a la película El gabinete del doctor Caligari, les recordará la estética de los objetos agigantados de este film.
Es evidente que el título de la obra es reiterativo y polisémico; por un lado, los personajes nos recuerdan su significado literal cada vez que intentan matar a las cucarachas que viven en su sótano, pero, por otro, está la metáfora que representa el tratamiento humillante que le da la sociedad a los migrantes, ese intento por eliminarlos como si fueran insectos mientras ellos se aferran a la vida, multiplicándose.