Carlos Arcos: “La realidad es una herramienta para construir una ficción más sólida”

Conversar con Carlos Arcos Cabrera fue la afortunada oportunidad de completar el conocimiento y la compresión de Memorias de Andrés Chiliquinga (Alfaguara, 2014), novela que llega a su segunda edición porque la editorial Santillana reconsideró sacarla de su primer nicho que fue la colección Alfaguara Juvenil. El autor quiteño visitó Guayaquil en el mes de mayo para presentar oficialmente esta nueva edición, que ubica su novela en el registro que se merece junto a títulos como Yo soy el fuego de Oscar Vela y Los años perdidos de Juan Pablo Castro.
La incursión de este autor en la narrativa ecuatoriana empieza con Un asunto de familia (1997), ganadora del premio Joaquín Gallegos Lara, sigue con Vientos de agosto (2003) y El invitado (2007), con la que obtuvo por segunda ocasión el premio Joaquín Gallegos Lara, reeditada en Barcelona (2008).

¿Por qué la elección de Andrés Chiliquinga, el emblemático personaje de Huasipungo de Jorge Icaza?
Es un homónimo del protagonista de Huasipungo, es como que tú o yo abramos el libro y encontremos nuestro nombre. Eso ya en sí es una experiencia fuerte, aunque el personaje de Icaza está presente en el dialogo entre este joven otavaleño homónimo.
¿Hay una especie de juego de espejo, hay un lector que está leyendo y a su vez este personaje está en este autodescubrimiento?
Leonardo Valencia captó muy bien esta especie de juego especular, una experiencia cervantina, que no es nueva en la literatura. En todo caso, siempre los espejos son distintos: el reto en Memorias de Andrés Chiliquinga es haber construido un juego de espejos que no solo  refleja a los personajes sino que mira hacia el pasado. Hay espejos que están por el lado de la propia ficción y diría que a través de Andrés y María Clara (compañera de estudio  del protagonista en Columbia), en su experiencia de lectores de literatura latinoamericana en Estados Unidos, hay una reflexión no solo sobre la obra de Icaza sino sobre la literatura andina.
¿Cómo fue pensar en un personaje otavaleño contemporáneo?
El primer punto es la libertad que da la ficción para mirar el mundo, para comprenderlo de una manera distinta. Implicó sacarme las vendas en los ojos, los prejuicios y tratar de mirar a estos ecuatorianos con un espíritu más liviano. Ellos tienen problemas como cualquiera de nosotros y de los cuales los lectores podrán deducir características de los indígenas de hoy.
Usted es sociólogo, ¿acaso Andrés y María clara miran la ciudad desde una construcción sociológica?
Yo no creo que sea una mirada sociológica sino una mirada literaria, de ficción; la sociología trata de explicar cosas, la literatura no, trata de meternos en un juego, que podemos aceptarlo o rechazarlo. Esas miradas distintas de un mismo escenario urbano enriquece enormemente, primero la ficción y luego a los personajes. Uno no es la repetición de otro, uno no sigue al otro, se confrontan en la misma experiencia urbana. Creo que la ficción finalmente se deja empapar por la riqueza de vida y retornarla porque no solo se queda allí sino que debe retornar en el acto de la lectura, eso implica tener miradas distintas, contrapuestas, que se armen como en juego de espejo: Andrés mira el espejo y encuentra tales cosas, pero María Clara mira otro espejo y descubra otra realidad, y en esa confrontación de miradas se crea un mundo único: el mundo de ellos.
¿Cuál es la intención de los hechos ecuatorianos que se mencionan en la novela?
Nosotros como escritores estamos permanentemente enfrentados a la pregunta en dónde comienza la ficción y dónde comienza la realidad desde la cual narramos. La realidad es una herramienta para construir una ficción más sólida, en la novela se hace referencia a hechos históricos, pero no tiene un valor en sí mismo, tiene un valor en la medida que nos enganchamos más en la ficción.
¿Es María Clara, la protagonista femenina, el elemento que introduce el conflicto?
No hay un proceso consciente y planificado en la construcción de personajes en literatura, pero me imagino que hay escritores que sí lo hacen. Creo que la ficción, y construir una novela, implica retos, apuestas, implica buscar caminos que se cierran y no avanzan, pero hay un sendero que se irá convirtiendo en algo fuerte, en algo grande y eso pasó con María Clara. Por ejemplo, cuando Andrés llega a Columbia y ve que María Clara se presenta como ecuatoriana, pero no habla como tal,  allí había una opción, que era seguir con ese personaje. O tomar otro del grupo de alumnos y convertirlo en uno más fuerte, pero frente a la la tensión que Andrés siente cuando habla María Clara, allí ella adquiere su voz, dimensión y retos propios. Este personaje crece a partir del interrogatorio que Andrés le plantea constantemente.
¿Por qué Nueva York como marco de esta historia?
Decisiones al azar, Nueva york no cumple un gran papel. La historia se da alrededor de la universidad de Columbia. Es el ambiente cosmopolita que permite un diálogo y una relación entre María Clara y Andrés; en ese marco pueden ser ellos mismos sin el espacio condicionado: Quito, Guayaquil o Cuenca. De alguna manera elegir Nueva York implica liberar a los personajes para que hagan sus vidas más plenamente y ponerlos en una localidad abierta, en un ambiente norteamericano.

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