La escritora Betina González (Buenos Aires, 1972) responde, en esta ocasión, las #Matapreguntas de Matavilela. Ganadora en el 2006 del Premio Clarín de Novela con Arte menor y, en el 2012, del Premio Tusquets de Novela por su obra Las poseídas, González nos narra sobre el primer encuentro que tuvo con el mercado editorial:
«Cuando gané el Premio Clarín, un periodista me preguntó ‘¿No pensaste nunca en cambiarte el nombre? Te llamás González y encima el título de tu novela es Arte menor. Así es muy difícil vender’. Le contesté que la idea de cambiarme el nombre no se me había ocurrido simplemente porque nunca había pensado que llegaría a publicar un libro. Mi única meta era escribirlo y escribirlo bien. Eso ya me parecía una proeza. Jamás había pensado en qué iba a hacer luego. Mucho menos se me había ocurrido que iba a tener que inventarme un personaje. Si un libro es bueno, va a tener lectores más allá de quién sea su autor/a, pensaba ingenuamente. Y sigo pensándolo. De hecho, durante todos estos años, esa ingenuidad es lo único que me ha protegido de los mecanismos hipócritas del mundo editorial. El comentario de ese periodista es sintomático de esos mecanismos. Hoy hay editores que no quieren hacer ningún trabajo: no sólo ya no trabajan con el autor, con su texto, ni apuestan a su obra, además esperan que el autor les llegue como un ‘producto vendible’. Ya no alcanza con que el libro sea una mercancía más. Ahora vos también tenés que convertirte en una marca, ser una escritora misteriosa que bebe vinagre para inspirarse, se viste siempre de violeta y escribe sólo de 1 a 5 de la mañana o algo así. Vivimos en una época infantil, que entroniza el yo y sus banalidades, que cree continuar las poses de los artistas del siglo XIX, pero en realidad las ha vaciado de todo el contenido que tenía para los Románticos; una forma hueca de ‘ser escritor’ exacerbada por las redes sociales que a mí me repele bastante.»
«Cuando gané el Premio Clarín, un periodista me preguntó ‘¿No pensaste nunca en cambiarte el nombre? Te llamás González y encima el título de tu novela es Arte menor. Así es muy difícil vender’. Le contesté que la idea de cambiarme el nombre no se me había ocurrido simplemente porque nunca había pensado que llegaría a publicar un libro. Mi única meta era escribirlo y escribirlo bien. Eso ya me parecía una proeza. Jamás había pensado en qué iba a hacer luego. Mucho menos se me había ocurrido que iba a tener que inventarme un personaje. Si un libro es bueno, va a tener lectores más allá de quién sea su autor/a, pensaba ingenuamente. Y sigo pensándolo. De hecho, durante todos estos años, esa ingenuidad es lo único que me ha protegido de los mecanismos hipócritas del mundo editorial. El comentario de ese periodista es sintomático de esos mecanismos. Hoy hay editores que no quieren hacer ningún trabajo: no sólo ya no trabajan con el autor, con su texto, ni apuestan a su obra, además esperan que el autor les llegue como un ‘producto vendible’. Ya no alcanza con que el libro sea una mercancía más. Ahora vos también tenés que convertirte en una marca, ser una escritora misteriosa que bebe vinagre para inspirarse, se viste siempre de violeta y escribe sólo de 1 a 5 de la mañana o algo así. Vivimos en una época infantil, que entroniza el yo y sus banalidades, que cree continuar las poses de los artistas del siglo XIX, pero en realidad las ha vaciado de todo el contenido que tenía para los Románticos; una forma hueca de ‘ser escritor’ exacerbada por las redes sociales que a mí me repele bastante.»
¿A qué escritor resucitarías? ¿Para qué?
A ninguno. Como ya conté en la anécdota, no creo en los autores, creo en los buenos libros.
¿Ser o no ser?
Co-ser
¿Quién es el autor más sobrevalorado? ¿Y el olvidado injustamente?
Cualquier respuesta a esta pregunta sería creer en algo así como la «trascendencia». No me engancho en ese juego de vanidades post o pre mortem. Un libro es un libro. Si llega a tus manos como lector, cumplió la pequeña promesa que se inició con una frase. Eso es todo lo que importa. Las etiquetas de la academia, crítica y etc. no me interesan.
¿Qué título le pondrías a tu autobiografía?
«Me quejaba. Y con razón.»
Los perros ladran, Sancho…
Y no te dejan dormir
¿Cuál ha sido tu peor trabajo?
Enseñar lógica en una institución de cuarta con una jefa peor.
¿Qué perfume le recomendarías a Dulcinea?
Perejil. Combina perfecto.
Cuando las mariposas se enamoran, ¿sienten humanos en la barriga?
Por suerte los argentinos jamás tuvimos ni tendremos mariposas en la barriga.
«Ay Dios mío, ¿y ahora qué?», solía ser el primer pensamiento mañanero de Bukowski. ¿Cuál es el tuyo?
«No te distraigas». El que vos citás me recuerda éste: «No, another day beginning» (Sylvia Plath). A veces coincido con ella, y con Bukowski también, claro.
¿Con qué personaje literario te gustaría tener un affaire?
Lord Byron (era un personaje más que un hombre real).