Cada vez que viajo a mi amada Latinoamérica, me acuerdo de un ensayo de Bolaño en el que narra su primer regreso a Chile después de muchos años de vida en España. Bolaño volaba con su pequeño hijo Lautaro y su esposa catalana, Carolina. Ambos dormían despreocupadamente, pero él no era capaz de pegar ojo. De algún modo sentía, cuenta en broma Bolaño, que debía permanecer despierto para sostener el avión. Independientemente de sus circunstancias, esa es la diferencia existencial entre europeos y latinoamericanos: los primeros confían en llegar finalmente a buen puerto, los segundos no pueden evitar temerse lo peor. La meta del ciudadano europeo medio es ganar derechos, enriquecerse. La conciencia del ciudadano latinoamericano pasa por mantenerse alerta, resistir. Leo en un diario local que Liga de Quito, el primer equipo de fútbol ecuatoriano que gana la Copa Libertadores, festeja todavía su heroico triunfo sobre el poderoso Fluminense brasileño. Si un equipo belga o noruego ganase por primera vez la Copa de Europa, pensaría en ampliar su presupuesto y fichar a alguna estrella internacional. Los planes de Liga de Quito son otros: «el objetivo es no desmantelarnos», declaró el entrenador del equipo.
De visita en el Parque Histórico de Guayaquil (un atractivo y original museo que alberga una reserva zoológica natural de la zona, una serie de réplicas arquitectónicas de la ciudad tal como era en 1900 y una recreación de la vida rural montubia), me detengo a observar los detalles interiores de una de las viviendas que reproduce el parque. Dentro de la belleza general del edificio, construido en elegantes maderas de colores, me chocan sobremanera las manchas que intentan adornar los faldones de las paredes. Le pregunto al guía qué son esas horrendas ondas verticales que estropean la admirable armonía de la decoración, y él me explica que se trata de la célebre técnica local del marmoleado: fingir con pinceladas zigzagueantes los prestigiosos mármoles europeos. Yo le digo que me parece una verdadera pena, y él se encoge de hombros y sonríe. «Lo siguiente que veremos», nos anuncia el guía, «es el famoso cuadro titulado ‘Patria’, tasado en más de 45.000 dólares. Síganme, por favor, y cuidado con los escalones». Andrés Neuman
DL: ¿Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí, por qué?
AN: Quizá porque sabía que, tarde o temprano, llegarían sus exégetas. Que, a fuerza de insistir en esa anecdótica frase, nos hemos convertido en dinosaurios.
DL: ¿Cuánto tiempo es para siempre?
AN: Lo que dure el orgasmo.
DL: ¿A qué escritor resucitarías? ¿Y para qué?
A Rimbaud, para suplicarle que escriba de una vez esos poemas sobre Abisinia que tuvo el rencor de callarse.
DL: Los perros ladran, Sancho…
AN: Señal de que, para cualquier perro razonable, Sancho es más nutritivo que su enjuto amo.
DL: ¿Cuál sería el soundtrack ideal para el Fin del Mundo?
AN: Yo qué sé, ¿el final de A day in the life? ¿Los últimos cuartetos que compuso Beethoven sordo? ¿Un largo, indefinido compás de espera?
DL: ¿Qué harías si encontraras al Aleph de Borges?
AN: Retuitearlo.
DL: ¿Cuál es tu secreto peor guardado?
AN: Que mi abuelo se suicidó de una manera sórdida. Lo narré, y me dolió.
DL: Cuando las mariposas se enamoran, ¿sienten humanos en la barriga?
AN: Por el bien del amor lepidóptero, esperemos que sientan cosas más agradables.
DL: «Ay Dios mío, ¿y ahora qué?», solía ser el primer pensamiento mañanero de Bukowski.¿Cuál es el tuyo?
AN: Es muy generoso de su parte suponer que pienso en cuanto abro los ojos.
DL: ¿Qué cuentan las ovejas cuando sueñan?
AN: Hexámetros dactílicos.
DL: Si tuvieses que salvar de un terremoto a cinco palabras del castellano, ¿a cuáles serían?
AN: En caso de catástrofe, son las palabras las que nos salvan a nosotros. De todas formas, me gustan “forastero”, “avizor”, “dádiva”, “vulva” y “mar”.
DL: ¿Quién ayuda a Dios cuando madruga?
AN: Las multinacionales, como siempre.
DL: ¿Qué quieres ser cuando seas chico?
AN: Alguien con memoria.
DL: ¿Cómo convencerías a los extraterrestres para que no te lleven?
AN: Les haría ver tranquilamente que en mí anida la terrible, y harto contagiosa, naturaleza humana.
DL: ¿Salvarías algún libro del apocalipsis, por qué?
AN: “Salvar” es quizás una palabra para críticos o editores, más que para escritores. ¿Soy yo, o nos estamos poniendo un poco trágicos?
DL: ¿Con qué libros habrías enloquecido a Don Quijote en lugar de los de caballería?
AN: Con manuales de fonética y fonología de la editorial Gredos. Éxito asegurado. Imagino, de pronto, a un Alonso Quijano con acento de Guayaquil.
DL: Si llega a tu casa una musa ¿qué haces?
AN: Rogarle que tome asiento y no me interrumpa, porque estoy trabajando.
DL: Estás a punto de morir, escribe tu último tuit:
AN: «Tenemos tiempo.»
*Andrés Newman. A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche (Anagrama, 1999, reeditada en bolsillo en 2008), que fue Finalista del Premio Herralde y elegida entre las revelaciones del año por El Cultural. Sus siguientes novelas fueron La vida en las ventanas (Espasa, 2002), la autoficción familiar Una vez Argentina (Anagrama, 2003, nuevamente Finalista del Premio Herralde) y El viajero del siglo (Alfaguara, 2009), que obtuvo el Premio Alfaguara, el Premio Tormenta y el Premio de la Crítica, otorgado por la Asociación Española de Críticos Literarios. Seguir leyendo…